Del parripollo a la barbería: una nueva oportunidad para el paddle

En los años ’90, cuando Menem y Cavallo decretaron que un dólar valía un peso, alguien tuvo la idea de vender pollo a la parrilla a un precio redondo: 10 mangos. A valores de hoy –según la cotización blue- el precio de aquel pollo abierto de gambas sería de unos 2.300 pesos.

La modalidad del parripollo prendió fuerte en todo el país y se expandió durante algunos años, hasta que la desocupación creciente disipó el humo. Mientras se sumaban evidencias de que el uno a uno no era un empate, la plata de las indemnizaciones por despido sirvió para fundar dos instituciones noventosas clásicas: la remisería y el maxikiosco.

El realismo mágico de los noventa también supo parir a la modalidad del tenedor libre y del todo por dos pesos.

El realismo mágico de los noventa también supo parir a la modalidad del tenedor libre y del todo por dos pesos. Ya en su declive, cuando también las baratijas se hicieron incomprables, aparecieron las franquicias de medialunas; que tras el derrumbe de 2001 tuvieron que competir con la fugaz ilusión de los locales de sushi.

De las crisis surgen algunos nuevos emprendimientos. Y de los emprendimientos surgen nuevas crisis. Y así, de una en otra, van sedimentando las modas comerciales de cada época: locales con mesas de pool, canchas de paddle, videoclubes, rotiserías, pistas de patinaje sobre hielo, peloteros, locutorios y cibercafés tuvieron su turno de gloria.

Sobre las ruinas de aquellos éxitos hoy se levantan las estrellas del momento: las barberías y las cervecerías.

Sobre las ruinas de aquellos éxitos hoy se levantan las estrellas del momento: las barberías y las cervecerías.

En las primeras, el sueño hípster de lucir una desprolijidad premeditada y pulcra se hizo realidad en las barbas premoldeadas de sus clientes. En las segundas, el sabor del encuentro por fin se volvió artesanal. Allí la reunión de amigos es informal y al paso, favorecida por la incomodidad de las banquetas que amueblan los patios cerveceros.

En todos los emprendimientos de crisis hay una búsqueda de certidumbre. El éxito comercial propone una especie de simulacro de abundancia que es fácil de comprar. Funciona: “date un gustito”. Es ahora, después quién sabe.

Daniel Scioli jugando un “nuevo deporte”, aún sin nombre.

Es cierto que algunos productos asomaron en su momento como una novedad, pero no lograron mantenerse. En el panteón de los intentos fallidos descansan en paz el alfajor helado, la pizza por metro, el cono de papas fritas y las donas rellenas.

En el panteón de los intentos fallidos descansan en paz el alfajor helado, la pizza por metro, el cono de papas fritas y las donas rellenas.

¿Qué será lo próximo? En la asamblea de emprendedores levanto la mano y doy mi voto a favor de vinerías y vermú al paso.

Por el momento, no hay novedades comerciales a la vista. Pero en el medio del río revuelto por internas, inflación y tirapostas, esta semana asumió Daniel Scioli como ministro de Desarrollo Productivo. Un área clave para que el Pichichi le dé una nueva oportunidad al paddle.

Ya lo había anticipado en su cuenta de TikTok durante los últimos días como embajador en Brasil. “Inventé un nuevo deporte”, se arrogó entonces el líder anaranjado. Se trata de un juego con paletas de paddle, pero disputado en el área de saque de una cancha de tenis. La vieja fórmula de poner una cosa en el lugar de otra. Ojalá funcione.
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