Vi la película cuando se estrenó, hace unos diez años; la volví a ver a comienzos de este mes, cuando la plataforma Mubi la subió como “Película del día”. Y en esta segunda visión le descubrí fibras que se me habían pasado por completo aquella más bien lejana primera vez.Me refiero a El pasado, película que el director iraní Asghar Farhadi filmó en Francia pero que, aun en esas locaciones y aun hablada en francés, es toda una película iraní.Sí, el cine de ese país ya no está de moda. Sí, por estos días todo lo relativo a Irán nos lleva a la atroz muerte de la joven Mahsa Amini y las protestas que encabezan mujeres que se cortan el pelo, queman los velos que el código de vestimenta islámico las obliga a vestir y denuncian una inadmisible opresión de género. En las redes, hoy circula tanto la noticia de que Asghar Farhadi presidirá el jurado del Festival de Cine de Zurich como sus declaraciones sobre lo ocurrido en su país: “Mahsa está más viva que nosotros, que estamos dormidos, sin reacción frente a esta crueldad sin fin. Somos cómplices de este crimen”.Y entre todo esto, El pasado: tan alejada de los apremios de la actualidad, tan universal como solo el arte lo puede ser. Cuando la vi por primera vez, la película me gustó. Cuando la vi por segunda vez, descubrí que me hacía recordar a un cineasta nada oriental, bien occidental, visceral y tremendo: John Cassavetes. En la película de Asghar Farhadi late eso que muchos aprendimos cuando vimos Torrentes de amor, la película que Cassavetes filmó a comienzos de los ochenta: el amor nos hace, nos construye, nos destroza. Si Aristóteles decía que el ser humano es un “animal político”, en Torrentes de amor Cassavetes mostraba que también somos animales emocionales y desordenados, inexorablemente expuestos a dañar a aquellos a quienes más queremos.En El pasado hay dos hombres, una mujer, tres niños. Y un desmesurado y caótico torrente de amor que a todos sobrepasa, impulsa, hiere.Asghar Farhadi parece pensar algo muy similar. En El pasado hay dos hombres, una mujer, tres niños. Y un desmesurado y caótico torrente de amor que a todos sobrepasa, impulsa, hiere.No creo en la supuesta vileza de los spoilers; pero supongo que, en atención a quienes sí creen en semejante cosa, debiera advertir que a partir de aquí, todo será campo minado.El pasado comienza con la llegada de Ahmad a París. Viene a divorciarse de Marie, con quien vivió cuatro años en Francia, antes de regresar a su Teherán natal. Nunca tendremos demasiados datos sobre lo que ocurrió en aquel tiempo; esta no es una película ni de flashbacks ni de esos largos parlamentos donde los personajes nos ponen al tanto de los huecos argumentales. Nada de eso; lo ya vivido los oprime como suele oprimir en la vida real: con ferocidad, pero sin palabras.A poco de llegar, Ahmad descubre que Marie vive con Samid, un magrebí que tiene un hijo pequeño. Marie tiene dos hijas; ninguna de ellas es hija de Ahmad, a quien no obstante adoran como a un padre. Marie está embarazada de Samid, cuya mujer está en coma tras un intento de suicidio.¿Demasiado embrollo? Contado con la maestría de Asghar Farhadi, no. ¿Melodrama? Tampoco. Como si estuviéramos en los ojos de Ahmad, nos vamos enterando poco a poco de cada novedad; la trama se abre, se vuelve a abrir, se enreda. Sentimos su exasperación, su enojo, sus dudas –¿y si se hubiera quedado en vez de tomar ese avión de regreso a Irán?–, los destellos de deseo que aún lo unen a Marie. Y Samid, que los observa a distancia y con celos. Y ella, que no para de fumar pese al embarazo. Y los chicos que se enervan, reclaman, padecen, hacen padecer.Son todos buena gente. El pasado –y el amor– los apresa como la mano de la mujer de Samid se aferra a la de él incluso en medio del coma. Son torpes, cometen error tras error. Sufren, avanzan a ciegas. No pueden más que amar como amamos los seres humanos: asíDiana Fernández IrustaTemasManuscritoConforme a los criterios deConocé The Trust ProjectOtras noticias de ManuscritoManuscrito. ¿Quién le va a contar a las abejas que la reina ha muerto?Manuscrito. Susan Sontag o la mente como pasiónManuscrito. Buenos Aires, en un colectivo
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