Mitos de la ciudad: La Tejedora, la escultura del Parque Avellaneda que cobra vida, susurra y hasta persigue a quienes la hacen enojar

Hay que adentrarse en el parque por el Corredor de las Tipas, árboles enormes, y después de 100 metros se estará ante La Tejedora del Parque Avellaneda. Su mirada notifica de cada presencia que se detiene frente a ella. Es posible pasar por al lado y no notarla; seguir de largo, lo cual no la favorece en el menú de las esculturas del parque, pero también la vuelve secreta, mítica.Juicio en Nueva York: un testimonio clave comprometió más al terrorista uzbeko que mató a cinco rosarinosLa Tejedora levanta la mirada del tejido y da muestra de su potencia escultórica. “El americanismo de [Luis] Perlotti tiene que ver con su formación, con pensadores que influyeron en él –explica Marina Bussio, periodista e historiadora-. Eso determinó su estilo: la mayoría de sus trabajos son indigenistas, americanistas, con varias piezas relacionadas con leyendas, como La flor del Irupé”.La Tejedora sigue el estilo escultórico americanista (Fabian Marelli/)Desde muy cerca, siendo escrutada, La Tejedora padece su contexto de cantero disecado desde hace añares. Algo del trazo de su silueta, viéndola de perfil, imita a la vida de una manera asombrosa; aúna la vulnerabilidad y la resistencia, de quien permanece allí erguida a la intemperie, y pese a todo sigue ahí.Mujer mayorHabitante débil, pequeño, frágil: así se presenta La Tejedora, que necesita del mito para reafirmarse en su no ser. Realizada en 1927 por el artista argentino Luis Perlotti, formaba parte de un proyecto no concretado de fuente que debía llamarse Las Tejedoras. En 1928, Perlotti la envió al Salón Nacional, y no obtuvo los resultados esperados; la Municipalidad de la ciudad de Buenos Aires la adquirió y la depositó en el sudoeste cuasi suburbano. Noventa y cinco años más tarde, “en una encrucijada donde se mezclan muchos senderos, espera ella (La Tejedora)”.“Esta tejedora representa a la Pachamama, a la madre tierra, y proviene de un escultor influenciado por Ricardo Rojas, que quería resaltar a este tipo de personajes. El Museo Perlotti [Pujol 644] posee una versión en cerámica de su cabeza”, señala Sandra Caffarelli, de la Dirección de Patrimonio, Museos y Casco Histórico porteña. Ahí está la tejedora anciana india, sentada, con la vista fija hacia adelante. “El tiempo le amputó la nariz, elevándola a la categoría de esfinge urbana”, se dice en un capítulo del libro Buenos Aires es leyenda (tomo 4).La Tejedora representa a la Pachamama, a la madre tierra (Fabian Marelli/)“Yo nací en el barrio –revela Carlos Davis, editor del blog Parque Avellaneda-, y en épocas de mi infancia nos autopercibíamos como pertenecientes a Floresta. Años después empezamos a formar parte de ese gran barrio al que le dio nombre el parque. Tengo 65 años, y todavía me acuerdo de estar andando en bicicleta alrededor de La Tejedora, ahí sentada, con sus manos sobre las piernas, con la particularidad de ser muy mayor y muy delgada, y de intimidar un poco a los pibes que andábamos dando vueltas a su alrededor”.El origen“El testimonio que nos decide a investigar el caso –reconstruye Guillermo Barrantes, uno de los autores junto a Víctor Coviello, de los cuatro tomos de Buenos Aires es leyenda–, llegó a través de un mail: una mujer nos decía haber vivido una experiencia con La Tejedora, fiel al rumor con respecto a su potencial paranormal. Era una muy buena narradora; transmitía bien al texto lo que había pasado. No aguantó sostenerle la mirada porque La Tejedora siempre parece estar levantando la mirada del tejido y dar la impresión de estar siendo interrumpida”.La Tejedora, una escultura que tiene su propio mito (Fabian Marelli/)“Si sabés escuchar –sigue Barrantes–, la tejedora susurra. Si sabés preguntar, y si la tejedora tiene ganas de contestarte, te responde. Aquella mujer, que se nos acercó, admitió que solía hacerle preguntas, y escuchaba el susurro. La Tejedora le predijo a esta vecina que iba a conseguir trabajo. Y consiguió trabajo”. Entonces, dice en el libro, la mujer la tomó como una especie de santa y vivía haciéndole preguntas, cada vez sobre cosas más complejas, y se obsesionó con una sola pregunta: ¿qué iba a pasar con la salud de su perro? La Tejedora le contestó que el animal se moriría pronto.La vecina habría sobrepasado el límite de la paciencia de La Tejedora. El mito se expresa, en este caso, como una normativa negativa: dice que no se puede abusar del poder de este oráculo, porque “llega un momento en que La Tejedora se enoja. En las versiones más tranquilas te deja de contestar y listo; en otras, se la ve levantarse y te persigue”, dice Barrantes.La vecina habría logrado escapar, pero dijo haber sentido que el Parque Avellaneda había mutado su fisonomía. Aquí es donde el relato se vuelve un tanto más sinuoso: señaló que el parque había cambiado por completo. El calesitero le advirtió que la zona buena del parque es el lado sur, que da a la esquina de Ameghino y Laferrere. “El lado oscuro –advierte Barrantes– estaría en torno a La Tejedora, y su aura maléfica, lindante con las avenidas Directorio y Lacarra. Eso nos llevó a investigar el porqué de esta subdivisión mítica del territorio, y nos enteramos de que no muy lejos de allí, en 1931, se apagó el último farol de Buenos Aires, donde se juntan avenida Eva Perón, Escalada y Olivera. Ahora todo cobraba un sentido más nítido: se trataba de escapar hacia el último farol, de salir de las sombras: eso puede ser un eco que quedó en la memoria barrial. Hacia ese lado estaba la escapatoria”.Pueblos originarios“Desde tiempos ancestrales estas tierras fueron habitadas por pueblos originarios. Las crónicas relatan que los querandíes eran seminómades y se ubicaban en las cercanías de los ríos. Sufrieron la violencia de la conquista (batallas, enfermedades y atropellos). Por ese motivo es necesario un reconocimiento que termine con años de silencio y promueva el respeto y la valorización de estas diversas culturas que, en algunos casos, perviven hasta nuestros días. Las mismas son parte de nuestra historia y nuestra identidad”, se lee en Parque Avellaneda, rieles de patrimonio, que compiló y editó el historiador Leonel Contreras.Así se veía la entrada al parque (Directorio y Lacarra) en 1940 (Gentileza Carlos Davis/)Durante los últimos años, quizás como antítesis o proceso de remitificación –o quizás en simultáneo–, se fue haciendo fuerte en el parque una contramitología mucho más arraigada en las tradiciones y la cultura de los pueblos originarios, que espontáneamente da una respuesta más diversa y pluralista –quizás cancelatoria- al mito de la indígena La Tejedora en su versión oscurantista.La respuesta sucede a pocos metros de allí, en “ese lado bueno” al que hacía alusión Barrantes. Allí, a pocos metros de la escultura, está el espacio Wak’a, símbolo del trabajo cotidiano en la diversidad, en el cual cada invierno se celebra el año nuevo aborigen conocido como Machak Mara, We Xipantun o Inti Raymi. La Wak’a (“lugar de encuentro y ceremonia”, en su voz aymara) se presenta como “epicentro de los hijos de estas tierras para el encuentro de las naciones y pueblos de la Abya Yala (tierra fértil, América)”. En el parque no hace falta decir tanto; simplemente se conoce a este lugar de pertenencia con la denominación de “La Piedra”. Está disimulada a la derecha de la Casona de los Olivera, detrás de una cortina de arbustos, rodeada por dos bancos y un enorme árbol.Una foto del arenero del parque en la década del treinta (Gentileza Carlos Davis/)Está en un sector plenamente abierto del parque, detrás de esos arbustos que separan el camino asfaltado del campo abierto, donde los perros, liberados, desatados, se pelean a ladridos que intimidan, donde las hormigas pican más fuerte, donde no están la poda ni el riego contiguos a la calle Lacarra. Hacia el sur, el parque conecta con el descampado; se asemeja a lo que alguna vez habrá sido el extenso y áspero campo.Alguien toca una armónica, mientras los perros dan vuelta a la piedra, ahora en silencio, como en una danza ritual animal. En diálogo geográfico, la escultura estigmatizada como “la mala” y la roca del encuentro de los pueblos originarios se articulan como un único recorrido hecho de imaginería occidental (el otro como “peligroso”) e imaginación ancestral que, por el contrario, desarma prejuicios y pacifica.

Fuente