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Polo: Manuel “Paisano” Andrada, el héroe nacional que conjugó la Argentina profunda con la aristocracia y recibió de Adolf Hitler una medalla dorada olímpica

Hay deportistas que alcanzan la talla de leyenda, el máximo al que se puede aspirar, por su incontrastable calidad técnica. Hay quienes lo hacen merced a inquebrantables temperamento y vocación de superación. Otros llegan por la acumulación de marcas, campeonatos y distinciones. Están los que se hacen únicos porque lograron trascender condicionamientos sociales, económicos, coyunturales. Y están los que reciben ese status por representar los valores de una nación al punto de convertirse en héroes populares. Pocos reúnen todas esas condiciones en una misma persona como el “Paisano” Manuel Andrada, cabal leyenda del polo mundial y del deporte argentino.Cuál de todas ellas resalta sobre el resto es difícil afirmar. Es fácil, en cambio, caer en la tentación de subrayar que después de criarse como peón en una estancia de la provincia de Buenos Aires el Paisano Andrada llegó a codearse con lo más alto de la sociedad argentina, la aristocracia inglesa y la elite empresarial norteamericana. Una cuestión central que no debe eclipsar que ha ganado los títulos más importantes que existen en el polo local y el internacional y que difícilmente alguien pueda repetir; que ostenta varios récords igualmente inasibles; que en la cancha era un líder valeroso, y que, aunque no era tan fino como algunos contemporáneos, su destreza con el taco y su capacidad estratégica fueron tan formidables que cambiaron la forma de jugar al polo.A los 45 años el Paisano Andrada lideró al aristocrático Tortugas Country Club a su máxima gloria en Palermo; la visión de juego se contaba entre los talentos del back.Manuel Andrada nació el 9 de enero de 1890 en la estancia Curumalán, un latifundio ubicado en la localidad homónima (hoy llamada “Curu Malal”), en el partido bonaerense de Coronel Suárez. Zona polera por excelencia ya en aquellos años en que la disciplina de los tacos y las bochas estaba en ciernes en la Argentina. Como el fútbol, era un deporte que habían introducido los ingleses. Al contrario de aquél, por obvias cuestiones logísticas no había trascendido (ni lo hizo hasta hoy) las esferas más altas de la sociedad. Antes bien, estaba reservado a la descendencia británica, a la aristocracia terrateniente nacional y al ejército. En ese contexto emergió Andrada hasta ser el primer argentino en convertirse en estrella de este deporte y merecer el rótulo de “héroe nacional”.Tal fue la condición de “héroe nacional” de Andrada que fue caricaturizado en publicaciones.Varios logros sostienen esta aseveración. Fue campeón del Argentino Abierto seis veces, con la particularidad de que lo hizo en cinco equipos diferentes, un récord. Ganó el Abierto de Estados Unidos en una época en que la rivalidad con los conjuntos de aquel país todavía gozaba de paridad. Conquistó la Copa de las Américas representando al país. Llevó a la Argentina a lo más alto en Berlín 1936 y estuvo como suplente en la obtención de la medalla dorada olímpica de París 1924. Hasta se dio el lujo de ganar la Copa República Argentina por su club, El Campito, y con uno de sus hijos, Héctor Manuel.Las crónicas de la época lo señalan como un polista impasable, aguerrido, de gran visión de juego y capacidad de pasar al ataque y marcar goles, algo inusual para los backs de entonces. Desde atrás empujaba al equipo, con su juego y su voz de mando. No por nada era el capitán de aquellos gloriosos seleccionados. Llegó a ostentar 9 goles de handicap, algo que relatos de su tiempo califican como una injusticia adjudicada a su condición social humilde.Una foto coloreada de Andrada en la que sobresale la particular forma que tenían los breeches, los pantalones de montar, en su época.La historia comenzó cuando tenía 12 años. Refiere Pío García en LA NACION del 10 de enero de 1952 que por entonces ‘Nato’ –así le decían– se desempeñaba como hinojero y arriero en la estancia Curumalán, “uno de los latifundios más formidables de la provincia de Buenos Aires”, que pertenecía a la compañía naviera inglesa Houlder. Habiendo tomado conocimiento de sus dotes de jinete, el administrador de la estancia, Alejandro Smith, lo convocó para jugar un partido contra un contingente llegado de India, la cuna del polo, ante la falta de número para completar el equipo. Media hora a caballo desde el hinojo hasta el casco. Pese a ser la primera vez que empuñaba un taco en su vida, Andrada se destacó anulando a los adversarios y despertó la atención de compañeros y rivales. “Este muchacho parece formar parte del animal. Me lo llevo a India”, habría dicho Grisghar Jodhpur, uno de los visitantes. “Indemnizaré a los padres con cinco mil rupias”.Smith dejó el asunto librado al criterio de los papás, Máxima Ballesteros y Manuel Andrada, que se opusieron terminantemente. En cambio, el Paisano pasó a formar parte del equipo de la estancia. Sus entrenamientos iniciales consistían en jugar sin el taco; se limitaba a familiarizarse con la ubicación en la cancha y la marca al oponente. “Tomá al hombre”, un grito que todavía se escucha en la cancha 1 de Palermo, se convirtió en su leitmotiv. Sin dejar sus labores en el campo, no tardó en convertirse en el mejor valor de Coronel Suárez, que integraban jugadores destacados de la época como Guillermo Best, John Cambpell, José Quijó y Guillermo Wilson, entre otros, que fueron sus maestros, según relata el historiador Horacio Laffaye en su libro Polo en Argentina: una historia.En sus primeros tiempos en el polo le asignaban tomar al hombre, marcar, pero Andrada se llevaría bien con los tacos y, sin ser un virtuoso de la técnica pero dueño de muchas virtudes, estuvo al borde de los 10 goles de handicap; Santa Paula fue uno de sus equipos más importantes.Luego de hacer el servicio militar, en 1912 Andrada se mudó a Washington, una localidad cordobesa cercana a Río Cuarto, la zona donde hoy tiene la cría Adolfo Cambiaso, para desempeñarse como administrador en una estancia. Por supuesto, mantuvo su afición por el polo y se alistó en Washington Polo Club. Con su camiseta ganó el Abierto de El Colorado, en 1914, y la primera de las 352 copas que más tarde adornarían una vitrina que ocupaba toda una pared de su casa, del piso al techo, según cuenta para LA NACION Omar Isaguirre, periodista del diario Puntal, de Río Cuarto. En 1919 conquistó el Abierto y el Handicap de esa ciudad (Pedro Chisholm, el mayor Román Galante y el teniente Manuel Peña completaron el equipo) y llamó la atención de Renato Bonadeo Ayrolo, que lo llevó a formar parte de La Rinconada en Rufino, cerca de Venado Tuerto, otra capital del polo nacional.En Santa Fe, a los 32 años, comenzó la etapa más gloriosa del Paisano Andrada. Sin embargo, la provincia de Córdoba sería para siempre su hogar. Allí se asentó con su mujer, Isabel Barrett, de ascendencia irlandesa, y tuvo tres hijos: Oscar Miguel (alias ‘Bebe’), Héctor Manuel (’Fungi’) y Eduardo Diego (’Jimmy’). Compró unas tierras en General Paunero, no demasiado lejos de Washington, y se estableció como productor agropecuario en una parcela que denominó “El Campito”. El mismo nombre le dio a su club, que fugazmente instaló en Garín, Buenos Aires. Allí, en Paunero, murió el 21 de septiembre de 1962, a los 72 años. Hoy sus restos descansan en el cementerio de Río Cuarto.Manuel Andrada y su hijo Eduardo Diego, ‘Jimmy’, que a los tres años era la “mascota” de Santa Paula en una de las incursiones del Paisano en Estados Unidos.Jugando por La Rinconada con los Bonadeo Ayrolo, Andrada empezó a rozarse con lo más distinguido del polo de ese momento. Y comenzó a poblar su vitrina con copas como la Interestancias, de Media Luna Polo Club. En total fueron 23 los trofeos conseguidos como parte del conjunto violeta, según Isaguirre. En 1923, a los 33 años, hizo su presentación en el Campeonato Argentino Abierto integrando el equipo de Carlos Casares, con Luis Nelson, Francisco Ceballos y el coronel Enrique Padilla como compañeros. En 1929 protagonizó su primera final. La Rinconada cayó por 8-7 ante Hurlingham Blue. “Andrada ha sido el hombre más eficaz de mis adversarios”, dijo Lewis Lacey, el mejor de la época, según replica Eduardo García Sáenz en su obra El Abierto Argentino de Polo. Sus clubes, sus jugadores y sus caballos (1893-2014). La revancha llegaría un año más tarde. También, una de sus mayores hazañas.En 1930, a los 40, Andrada pasó a formar parte de Santa Paula, al que ya había integrado en el exterior con gran suceso. El cuarteto que compartía con Alfredo Harrington y Juan José y José ‘Pirulo’ Reynal alcanzó la final del certamen, que lo enfrentó con el equipo del Ejército de Estados Unidos. El combinado norteamericano llegó a estar en ventaja de 8-3, pero los argentinos, comandados por Andrada, lograron la igualdad. En la última jugada del partido, Andrada recibió un pase de José Reynal y con dos tiros largos anotó el gol de la victoria, el quinto personal. “En mi vida de polista jamás he experimentado una emoción tan grande como la de hoy. El público con sus gritos de aliento ha sido el que prestó la ayuda necesaria para ganar”, declaró Andrada a LA NACION.Vaya gesta: en 1930, el épico triunfo de Santa Paula sobre Estados Unidos en el Argentino Abierto se convirtió en el título principal de la portada de LA NACION.El estruendo fue tan fuerte que ni los jugadores ni los referís oyeron la campana final. Cuando el público se dio cuenta de que el partido había terminado, invadió la cancha. “Nunca vi algo así en los 19 años de vida en torno al polo”, contó el capitán Wesley White, uno de los jueces de aquel encuentro, según Laffaye. “La entusiasta multitud, unos 5000 espectadores, saltaron al campo de juego, bajaron a los jugadores de Santa Paula de sus caballos y los llevaron en andas hasta el podio”.Fue el comienzo de un corto pero intenso idilio con Palermo. Al año siguiente volvió a consagrarse, pero de regreso en La Rinconada. La final fue un contundente 16-6 sobre Lincoln. En 1932, un sinsabor: de nuevo en Santa Paula, derrota por 8-7 ante los estadounidenses de Meadow Brook, el último equipo compuesto por cuatro extranjeros en consagrarse en el Argentino Abierto; un desquite de lo ocurrido un año antes en Long Island. En 1933, la segunda conquista por Santa Paula, un 12-3 frente al seleccionado de Sudáfrica en la definición.La crónica de la única conquista de Tortugas Country Club en el Campeonato Argentino Abierto, en 1935, con cuatro ilustres: Andrada, Juan Carlos y Enrique Alberdi y Mario Inchauspe.Andrada era requerido por todos y en 1935 pasó a integrar el equipo de Tortugas Country Club, institución de la que llegó a ser capitán de polo. Prueba más contundente de la comunión de clases que él representa no hay. Y llevó a la entidad a lo más alto con la primera conquista del Abierto, ese año. Junto a sus pupilos Juan Carlos y Enrique Alberdi y Mario Inchauspe, obtuvo un 6-5 sobre Venado Tuerto, con tres goles suyos. También fue partícipe de la primera consagración de Los Indios, en 1938 (6-4 a Santa Inés), y la de El Trébol, al año siguiente (11-6 al mismo rival), dos instituciones que se convertirían en insignes del polo argentino.La de El Trébol en 1939 resultó la sexta y última coronación del Paisano en el Abierto de Palermo, y la del club de Capitán Sarmiento fue la quinta camiseta con la que Andrada obtuvo la copa más importante del país.Su discípulo ‘Quito’ Alberdi sí llegó al handicap perfecto y se convirtió en el primer nativo argentino en conseguirlo, logro que según muchos críticos Andrada mereció. “La mala voluntad de muchos sólo tuvo fuerza para privarte de una sola satisfacción. Las demás todas te las procuraste con tus uñas. Esa, como tenía que resolverla gente de afuera, te ha sido vedada… ¡El 10 de handicap!”, escribió El Gráfico en 1939. “Te falta fineza, dicen, como si el polo fuese un juego de tejedoras de crochet. ¿Cómo compensan ellos ese otro que nadie te pudo imitar, la conducción del team, el leadership, como dicen tus amigos y rivales, los norteamericanos?”.La revista El Gráfico opinó que Manuel Andrada merecía un 10 de handicap que no le había sido concedido por su origen social humilde y por no hablar inglés.Su origen humilde y no saber hablar inglés fueron otros argumentos que esgrimió la crónica para explicar tal “injusticia”. Laffaye, en cambio, esgrime que la destreza alcanzada por su coetáneo Lacey (canadiense nacionalizado argentino; John Traill, el primer 10 goles, había nacido en Irlanda) era tal que había dejado la vara fuera del alcance de cualquiera. “Por eso otros candidatos potables de la época como Andrés Gazzotti, David y Juan Miles y José Reynal, que llegaron a 9, quedaron en la misma situación que Andrada”. El Paisano ostentó 9 goles en 1932, 1936, 1939 y 1940. En todos esos años, Lacey tuvo entre 7 y 8.De gaucho a gentleman: Andrada nació cerca de Coronel Suárez, se estableció en el suroeste cordobés y brilló en Estados Unidos y en Europa.Isaguirre relata una anécdota que le refirió Jimmy Andrada: “Conoció a Juan Perón siendo éste capitán, y fue su amigo. Ya presidente, en una fiesta deportiva en River, el general le entregó una medalla con el 10 de handicap y le dijo: «Don Manuel, ésta es la medalla que no le dieron estos ingleses de m…»”.Así de importante fue Manuel Andrada, considerado gran deportista en una revista de la época; el Paisano fue polista de primer nivel con una longevidad extraordinaria: a los 57 años participó por última vez en el Argentino Abierto.En 1944 Manuel jugó su décima y última final en Palermo (El Trébol cayó ante Venado Tuerto por 10-8), y en 1947, a los 57 años, su último Argentino Abierto. Lo hizo por su club, El Campito, con otros tres veteranos compañeros de batalla: Audilio Bonadeo Ayrolo, Jack Nelson y José Reynal. Su carácter de ídolo nacional, no obstante, procede también de sus logros en el extranjero.En 1930, Andrada emprendió como miembro de Santa Paula una gira por Estados Unidos. El cuarteto terminó invicto en 30 partidos y se quedó con el Pacific Coast Open, la conquista más importante. La final ante el anfitrión, Midwick, reunió a 20.000 espectadores en Los Ángeles, récord para un partido en California. Juan Reynal anotó el gol de la victoria por 8-7. Los argentinos dejaron sus caballos en el norte y regresaron al año siguiente para el US Open. Nueve años atrás, Juan y David Miles, Juan Nelson y Lacey se habían transformado en los primeros argentinos en ganar ese abierto, pero en un representativo nacional. En 1931, Santa Paula consiguió la hazaña de manera heroica.Con Heriberto ‘Pepe’ Duggan y Luis Duggan y Andrés Gazzotti, en una de sus visitas a Estados Unidos, en 1937.Andrada había sufrido un golpe en el pulgar derecho en una práctica y se había perdido la semifinal. Alfredo Harrington se había lesionado en una exhibición antes del partido decisivo frente al campeón defensor, The Hurricanes, y no podía estar. Con un cabestrillo en el brazo derecho, Andrada consultó al médico, que le prohibió jugar. “¿Qué caballo me conviene en el primer chukker?”, replicó de inmediato al manager y traductor Tommy Nelson. “El viejo Andrada simplemente levantó a su equipo y lo llevó hasta el arco contrario”, recabó Laffaye en su libro La evolución del polo. Santa Paula se impuso por 11-8. El Paisano actuó con el dedo hinchado al doble de su tamaño y sin siquiera haber ingerido calmantes. “Los calmantes son drogas. Prefiero aguantar el dolor”, dijo.Amplia cobertura en LA NACION de la serie por la Copa de las Américas de 1932 en Buenos Aires, ganada por Estados Unidos.En 1936 el Paisano Andrada terminó de convertirse en héroe nacional. La Argentina había perdido las dos primeras disputas de la Copa de las Américas, test matches entre los seleccionados argentino y estadounidense, en 1928 y 1932. Ambas series terminaron 2-1. En el primer acto, en Meadow Brook, Andrada viajó como suplente. En el siguiente, cuatro años más tarde en Palermo, estuvo en la cancha en otra caída, la última de un seleccionado argentino sin límite de handicap en la historia. En 1936 volvieron a verse las caras en Meadow Brook. En esa ocasión los argentinos no dejaron espacio para las dudas y triunfaron por 21-9 en el primer choque (con cinco tantos del Paisano) y por 8-4 en el segundo. “Andrada será recordado por todo el que lo haya visto en un partido de polo alguna vez. ¿Quién puede olvidar a Manuel?”, evocó la revista The Sportsman, según Laffaye, luego de esa serie.Andrés Gazzotti, Luis Duggan, Roberto Cavanagh y el Paisano Andrada, campeones de la Copa de las Américas en 1936, como visitantes de Estados Unidos; aquel año la Argentina capturó la supremacía del polo mundial, que mantiene hasta hoy.Más contundente fue el paso por los Juegos Olímpicos de Berlín: oro con un 11-0 a Gran Bretaña en la final. Luis Duggan, Roberto Cavanagh y Andrés Gazzotti acompañaron a Andrada, capitán de ambos cuartetos. Recibieron la medalla de manos de Adolf Hitler, que poco antes se había negado a premiar a Jesse Owens, y un retoño de roble extraído de la Selva Negra alemana que hoy engalana la calle central del predio de Palermo, que pasa entre las dos canchas y desemboca en el patio de jugadores, bautizado “Paisano Andrada”. La Copa de las Américas y el éxito olímpico convirtieron a la Argentina en el líder mundial del polo, una condición que perdura hasta la actualidad, 86 años después.La primera incursión de Manuel por Estados Unidos había sido en 1926. Jugando en el seleccionado, cayó en la final del US Open por 7-6 ante Hurricanes. Días más tarde, en un remate en Long Island en el que fueron comercializados 35 caballos argentinos por 130.000 dólares en total, vendió su zaina Gama a Stephen ‘Laddie’ Sanford, patrón de Hurricanes, por 10.000. Dos años luego, se desprendió de su preciado zaino Santos Vega por 14.000.Los de Andrada fueron tiempos totalmente amateurs en el polo, pero que no estaban exentos de la comercialización de caballos; el Paisano vendió en Estados Unidos un macho por 14.000 dólares y una yegua por 10.000.Del hinojal a Nueva York, del potrero de Coronel Suárez al estadio Olímpico de Berlín. Pocos deportistas lograron conjugar a la Argentina más profunda con la aristocracia. Acaso el de Roberto De Vicenzo sea el ejemplo que más se asimila. Hasta existe un tango en honor al Paisano, compuesto por Osvaldo Sosa Cordero y Juan Canaro. Se puede oír en YouTube en la voz de Ernesto Fama: “¡Un hurra a Santa Paula! / El cuadro inimitable / que supo con gran fe imponer / la clase de sus gauchos / y el brío incomparable / del caballito criollo aquel. / ¡Un hurra al gaucho Andrada / y a los que ciñeron / el laurel con él!”.

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