Tener que definir a Leonardo Padrón es limitarlo. Venezolano. Escritor, guionista, editor, cronista, poeta y periodista. Eso, para empezar. Y hoy lo encontramos viviendo -el verbo que más le gusta ejercer, según sus propias palabras- en su casa de Miami, ya con el sabor del éxito digerido.Padrón comparte con Teleshow cuáles fueron los desafíos a la hora de escribir Pálpito, la revolucionaria serie de Netflix que rompió con todas las expectativas, y que se animó a iluminar el oscuro mundo del tráfico de órganos y las decisiones que una persona puede llegar a tomar por desesperación. Lejos de su tierra natal, en esta entrevista Pradón cuenta cómo es vivir en el exilio, cuál es el límite a la hora de escribir y adelanta sus próximos proyectos.—¿Cómo nació Pálpito?—Me llama un ejecutivo de Netflix, Roberto Stopello, que un poco es el que maneja todo el contenido que se genera en Latinoamérica, y me preguntó si yo tenía alguna historia porque les interesaba tener algo mío en la plataforma. Y yo le dije: “Mira, no la tengo pero la invento. De eso vivo”. Le pedí mes y medio y me puse a explorar ideas, y de repente se me ocurrió primero hacer una mezcla de géneros, generar un producto mestizo. Yo suelo definir a Pálpito como una historia de amor en clave de exilio, con toda la adrenalina y el territorio minado del misterio, los enigmas y la acción que tiene un thriller. Y se me ocurrió desmontar la metáfora que usamos universalmente para intentar traducir lo que es para el género humano el amor, que siempre lo concentramos en un acontecimiento que ocurre en el músculo que nos da la vida: el corazón. Le otorgamos una carga simbólica tremenda. Cuando alguien te abandona o te deja, tú dices: “Me rompió el corazón o me robó el corazón”. Y me quedé detenido en esa frase. “Me robó el corazón”. Y dije: “¿Y si yo cuento una historia donde literalmente le roban el corazón a alguien?”. Ese fue el gatillo. Eso me llevó al tema del submundo del tráfico de órganos, porque la única manera de robarte literalmente un corazón es exactamente esa vena dramática. Empecé a investigar y encontré unos artículos de tinte científico muy interesantes a propósito de la memoria celular, si los órganos tienen o no memoria. Y pensé que si a un corazón lo trasladan a otro cuerpo, ese corazón tiene todavía resonancia de lo que vivió. De sus amores, de sus emociones. Conseguí bibliografía al respecto, médicos que hayan hecho trasplantes de corazón, gente trasplantada que hablaba de sus experiencias: decían por ejemplo que antes odiaban el mar, pero ahora cada vez que veían el mar se les llenaban los ojos de lágrimas. De tono esotérico, metafísico, etcétera. De todo ese enjambre de información, elaboré un contenido.—¿Qué aprendió o le sorprendió de ese submundo?—Primero, que hay como un velo informativo sobre ese tema porque se habla poco. Me di cuenta de que China era todo un tema o en algunos países árabes, Siria. Incluso en algunos países latinoamericanos conseguir la información me pareció que era rayano en el realismo mágico, que tanto nos define a Latinoamérica. Hay un pueblo en Perú donde casi todos los hombres tienen una cicatriz en el abdomen porque todos vendieron uno de sus riñones por dinero, por precariedad económica, por pobreza extrema. La misma Colombia, por ejemplo: escuché y leí varias noticias al respecto. Cosas de ese tipo. Algunas que lindan con las leyendas urbanas, otras que tenían asidero real.—¿No le dio miedo meterse con ese tema?—El miedo lo sentí a posteriori cuando la gente me empezó a hacer con recurrencia la misma pregunta que tú me estás haciendo. Es como, sabes, cuando los primeros escritores empezaron a desmontar todo el tema de las organizaciones criminales dedicadas al narcotráfico, que muchas veces terminaban pagando con su vida, pero la verdad es que no. O sea, no me obsesioné con ese asunto. Estaba obsesionado con armar una buena historia porque me tenía fascinado el tema. Además, sentía que no era un tema trillado ni mucho menos, era un tema poco explorado.Sebastián Martínez y Ana Lucía Domínguez interpretando los personajes de Zacarías y Camila Duarte en Pálpito. (Gustavo Cabrera/Netflix/)—¿Cuál fue la respuesta de Stopello al recibir la sinopsis de Pálpito?—(Risas) Ellos habían quedado en darme respuesta en un mes y a los diez días me estaba llamando. Me dijo: “Vamos a firmar contrato ya. No tenemos nada ahorita en Netflix que se parezca a esto”.—¿Qué fue lo que más le costó a la hora de la puesta en marcha?—Primero, cuando me dijeron que comience a escribir, tuve que hacer “la Biblia” (como se le llama al documento que incluye toda la información de la serie, como las características de los personajes), el mapa de ruta, todo lo que me pide un canal, una plataforma. Y por supuesto, tenía que ahondar en el rigor investigativo. Conseguí a un cirujano cardiovascular que trabajaba haciendo trasplantes de corazón en Nueva York. Me empezó a mandar fotos desde el quirófano: “Mira este trasplante”, y me mandaba una foto que al principio me generaba mucha perplejidad y estupor, porque era un corazón que acababa de sacar. O corazones que iba a implantar en un cuerpo. Qué sé yo, son profesionales que hacen, por lo menos, diez, 15, 20 trasplantes al año; para ellos es un tema cotidiano. Con él conseguimos muchos insumos sobre lo que implica, en términos médicos y por supuesto en términos psicológicos, para el paciente que recibe el órgano, que es un huésped, es un inquilino nuevo.—Y a usted, que estudió el tema, le pregunto: ¿tienen memoria los órganos en un cuerpo nuevo?—Es como cuando preguntas: “¿Dios existe?”. Entonces unos te van a decir por supuesto que existe y otros que dicen no existe. Porque he leído las dos versiones, desde que están absolutamente seguros de que es así y aquellos que dicen que es meramente especulativo. Pero a un escritor, ¿qué le va a fascinar más? La idea de que en efecto no solamente trasplantes un músculo sino que estás trasplantando una historia de vida. Un cúmulo de emociones, una forma de sentir. Y entonces era paladear la idea de que el protagonista se estaba enamorando dos veces del mismo corazón. Eso, argumentalmente, me parecía con fuerza poética.Pálpito, uno de los grandes éxitos de Netflix—Hay una frase que se escucha en Pálpito que es la de ponerse en los zapatos del otro. ¿Sintetiza de alguna forma el mensaje de la historia?—Eso está bueno. Ponerse en el lugar del otro. Porque siempre uno habla de más, critica, pero hasta que no le pase a uno, no puede hablar. Incluso en esas guerras que a veces se dan en las parejas por dentro, que de repente uno no sabe ponerse en el zapato del otro. Esa frase define la naturaleza de la segunda temporada: “Ponte en mis zapatos”. Es un poco lo que el supuesto villano, digamos, lo que pudiéramos catalogar como el villano de la historia, Zacarías Cienfuegos.—Menciona el número de temporadas. ¿Cuándo se decide cuántas temporadas va a tener una historia?—Bueno, Netflix tiene ahí una política que a mí me parece muy acertada, tienen muy claro que el escritor es el padre de la historia. Succession nació, y yo escuchaba a los actores de la serie hablando y más de uno decía: “No se olviden que toda esta magia ocurrió primero en un guion”. Ellos después le dan carnalidad a eso. Netflix tiene muy claro eso, y yo terminaba asumiendo las últimas decisiones respecto al tema de casting, dirección de arte, locaciones, en fin, todo el tinglado que amerita una producción. Incluso todo el proceso de producción de cada capítulo: estuve hasta el último segundo de la serie. Fue un trabajo que fue más allá de la escritura, fue un rol de productor ejecutivo también.—Okey. Pero cuando se lanzó la primera temporada, ¿usted ya sabía que habría una segunda?—No lo sabía. Pero me dijeron: “Cierra la historia como si no hubiera mañana, pero deja una rendija por las dudas”.—¿Y en la segunda temporada dejó una rendija también?—No, no, no. Ahí sí fue incluso conversado porque además ya tenía ganas de ir a otro cuento. Ahí sí fue conversado que íbamos a cerrarla. Yo creo que después del final de la segunda temporada… Yo no voy a tener un mejor final que el que tuve en la segunda. Entonces, ¿para qué arriesgarlo?—¿Qué fue lo que más le costó crear de la serie? ¿Una escena, encontrar la música, la protagonista, un personaje determinado?—Mira, yo diría mantener la ambigüedad moral de los personajes, sobre todo del villano, del pretendido villano. Porque a mí no me gusta diseñar personajes maniqueos que sean blanco y negro; la vida no es en blanco y negro, la vida es una gama de grises inmensa. Entonces me pareció una oportunidad preciosa para demostrarlo. Era un poco poner en situación límite a un ser humano y ver hasta qué punto es capaz de violentar sus propios códigos morales. Esa exploración siempre me ha parecido fascinante y yo aquí tensé la cuerda lo más posible. Creo que lo que más me costó fue justamente el diseño de la segunda temporada, que felizmente el resultado fue muy afortunado porque fue el guion donde dije: “Vamos a poner al protagonista en la misma situación que vivió el villano”. Replicar la primera temporada, pero en el espejo del otro. Y a hacer un último gran acto de expiación que fue la escena final del villano para demostrar, bueno, la posibilidad épica… O sea, vivir la posibilidad extrema de un amor épico. Porque un amor épico es lo que tiene ese personaje. Ojo, moralmente condenable, pero nadie duda que es un amor épico.—A la hora de escribir, ¿cuál es su límite?—El límite de todo escritor tiene una palabra que se llama producción (risas). Plata, presupuesto. Más allá de que me dijeron que con esta producción tenía luz verde… Creo que el límite es el sentido común. Es decir, tú no puedes escribir una historia que se descoyunte a sí misma, porque comienza a ser forzada, comienza a ser inverosímil en busca del efecto dramático, deja de ser orgánica. Yo creo que mi límite es ser fiel a los personajes.—¿Qué sintió al ver el último capítulo de Pálpito?—Te confieso que me emocioné profundamente. Yo la escena del monólogo de Zacarías Cienfuegos la vi, no sé, diez veces. Y siempre me conmovía. Estuve en el set cuando (el actor Sebastián Martínez) la grabó. Estuve durante toda la grabación de Pálpito, de la segunda temporada. La primera temporada fue más complicado, estábamos en época post pandemia. La segunda temporada fluyó mucho mejor. Y estuve en el set cuando él la grabó, y cuando salió de la escena, vi a un actor arrasado emocionalmente. Estaba devastado. Y yo dije: “Aquí hay algo muy poderoso”. Y bueno, ha sido así: impresionante. O sea, lo que más se comenta en las redes, que son las butacas del espectáculo universal, es la sorpresa del final.Leonardo Padrón con el elenco de Pálpito—Bueno, ya terminó Pálpito, no hay tercera temporada. Ahora, ¿en qué proyecto lo encontraremos?—Estoy escribiendo otra serie para Netflix, tengo ahorita un contrato de exclusividad. Y estoy en la mitad de la historia, pero no te puedo decir nada y no porque me lo prohíba Netflix, es que me lo prohíbo yo mismo por un tema de… Los escritores somos muy supersticiosos.—¿A qué hora escribe, de noche o de día?—De día. Yo voy a contra día del mito de que los escritores somos animales nocturnos. Yo soy absolutamente matutino. Para mí el gran reino de la lucidez es la mañana. Me quito la noche de encima con un buen baño y el cerebro está ahí, dispuesto a ser entrenado en el ejercicio de la escritura, ante ese abismo enorme que es la página en blanco de la computadora.—¿Le da miedo la página en blanco?—Todos los días digo: “Me va a derrotar”, pero bueno, ahora nos llevamos bien con esa dinámica.Leonado Padrón en diálogo con Teleshow desde su casa de Miami—Es venezolano y vive en Miami. ¿Cómo se ve a Venezuela desde allá?—En el 2017 vine por diez días a Miami y me tuve que quedar por temas políticos. Fui alguien que estuvo, digamos, desde mi posición de ciudadano venezolano participando activamente en denunciar desde todos mis nichos comunicacionales, léase las redes y además tenía una columna en el periódico Nacional, uno de los periódicos más importantes de Venezuela, que la dictadura lo confiscó, se lo robó a su dueño y le robó hasta las instalaciones, etcétera, etcétera. Por todas las formas posibles yo estuve combatiendo lo que yo sentía que era una catástrofe, y que lamentablemente se ha ido constatando. Y eso lo pagas caro. Entonces yo tuve muchas formas de coacción, pero bueno, yo seguía. Hasta que el día que iba a volver de Miami a Caracas me llamaron de la línea aérea, un ejecutivo de la línea aérea a decirme: “Leonardo, el SEBIN, que es la policía política, está preguntando qué día vuelves y en qué vuelo. No vuelvas”. Era absurdo que yo trasgrediera una advertencia de ese nivel porque obviamente me iban a estar esperando, o bien para detenerme o bien para quitarme el pasaporte como han hecho con tantos periodistas, escritores, gente que tiene alguna figuración pública disidente contra el régimen. Entonces, de repente, en un chasquido me vi en ese territorio absolutamente pedregoso e incierto que es el exilio. Reconstruyendo de nuevo todo. Volviendo a comprar un escritorio, volviendo a comprar una cama, volviendo a comprar una almohada, una computadora… En fin.—¿Y cómo ve a Venezuela hoy?—Sigue en una neblina incluso más tupida porque Nicolás Maduro y la organización criminal que lo respalda ha sabido hacer las cosas con mucha habilidad, y se han fortalecido. Han logrado hacer que la oposición se dinamite, entre sí mismo se canibalice, se destruyan, y todos desconfíen de todos. Lamentablemente lo que vemos ahorita es una diáspora monumental, siete millones de venezolanos fuera de su país, millones de familias rotas, dispersas por todos los rincones del planeta.—¿Cómo es vivir en Miami? ¿Se siente en casa o es un extranjero más?—Uno de los insultos preferidos de Hugo Chávez para todos los opositores que levantábamos la voz y denunciábamos las violaciones a los derechos humanos, los abusos, etcétera, etcétera, era apátridas. Somos apátridas, cometemos traición a la patria. Y de repente, cuando estaba aquí, me dije: ”Bueno, ahora sí soy un apátrida, porque me sacaron de mi patria”. Un escritor puede decir que su país es la palabra, el idioma, puede decir que su país es la infancia. Pero en el fondo son metáforas. Tu patria es tu patria, donde naciste, la primera vez que te enamoraste, la primera vez que descubriste la poesía, descubriste la música, la primera vez que te rompieron el corazón, donde estudiaste, etcétera. Claro, yo he vivido lo que hemos vivido todos los que estamos en el exilio, un desasosiego, un no saber de dónde eres ciudadano. Yo soy ciudadano de la incertidumbre. Más allá de que tengas un documento legal, es decir, yo tengo un documento ahorita de residencia de Estados Unidos. Y Miami es la más latina de las ciudades de Estados Unidos: tú aquí para hablar inglés tienes que hablarlo con Alexa o con Siri porque la mayoría de la población que te rodea es latina y hay muchísimos venezolanos.—¿Qué es lo que más extraña de su tierra?—A ella misma, a Venezuela. A lo que implica estar allí. A lo que implica estar en esa geografía que tiene demasiadas implicaciones en mi vida. Allá está mi biblioteca, que la fui construyendo durante más de 50 años. Y se me quedó allá… Ahorita estos libros que tengo atrás son libros que he ido comprando cuando viajo. Ni siquiera hay librerías en Miami, son pocas. La vida cultural de Miami siento que todavía es muy precaria, creo que todavía no termina de crecer como ciudad. Va a ser un lugar lleno de rascacielos. Pero la vida cultural que tienen las grandes ciudades cosmopolitas como Madrid, como México, la propia Caracas tuvo una vida cultural maravillosa, la vida cultural de Buenos Aires, de Nueva York, de la misma Bogotá: eso no está aquí. Eso lo extraño muchísimo. Muchísimo. Y extraño mis libros.—¿Alguien cuida sus libros de Venezuela?—Hay alguien que va cada 15 días religiosamente a quitarle el polvo a los libros, claro.La biblioteca de Leonardo Padrón en Venezuela—Para terminar, ¿cómo está su corazón?—En su sitio, felizmente (risas). Pues bien. Bien, bien, muy bien. Cumplimos 13 años este año, tenemos dos años de casados. Muy bien.Leonado Padrón junto a su esposa, Mariaca SemprúnSeguir leyendo:Erika de la Vega: “A mí no me cuentes cuántos likes tienes, yo quiero saber cuánto te costó”Ricardo Montaner: “La fe te rejuvenece”