A veces pasa que, más que hablar, una se escucha decir algo. Y eso me ocurrió hace unos días.“Me gustaría morirme como Tilda Swinton”, me escuché decir, sin tiempo de calibrar lo inquietante de la frase (cuestión rápidamente saldada por la expresión de quien tenía enfrente). Desde ya, no hablaba de la actriz, sino de Martha, el personaje que interpreta en La habitación de al lado, la última película de Pedro Almodóvar. Tampoco tenía la intención de confesar ninguna voluntad suicida ni nada por el estilo. Simplemente, pensaba en Martha y –cosas de la asociación libre– en la madre del escritor John Berger.En uno de sus ensayos, Berger rememora los últimos días de su madre. Una mujer que, ya muy mayor, se despidió del mundo recostada en su cama, con un único y último pedido: que le abrieran la ventana de la habitación. La madre de Berger se dejó ir rodeada de los suyos mientras miraba, a través de la ventana abierta, el cielo, los árboles, la extensión del campo en torno de la casa en la que había vivido y criado a su gente. La recordé cada vez que, en La habitación de al lado, Martha, enferma de un cáncer terminal, se sienta en la entrada de la casa que alquiló en Woodstock y hunde la mirada en el bosque que la rodea.”La madre de Berger se dejó ir rodeada de los suyos mientras miraba, a través de la ventana abierta, el cielo, los árboles, la extensión del campo en torno de la casa en la que había vivido y criado a su gente” No es fácil pensar acerca de la muerte, no es nada sencillo el debate sobre la eutanasia, puede ser arrasador imaginar los últimos días propios o los de un ser querido. Y sin embargo, Almodóvar: la belleza de cada uno de los planos de la película, la maravilla de las actuaciones.Martha es lúcida y pragmática. Acaba de atravesar un tratamiento experimental con el que no obtuvo cura alguna; aún está entera y es plenamente consciente del deterioro que pronto la destruirá. Decide tomar el toro por las astas: consigue una píldora en la deep web, alquila una casa en las montañas y le pide a su amiga Ingrid (una entrañable y hermosa Julianne Moore) que esté con ella en los que serán sus últimos días. En la casa del bosque hay libros, películas, una reproducción de Hopper. Las dos mujeres conversan, preparan comidas, ven clásicos del cine, leen. Martha bebe cada gota de eso que hace que la vida sea algo más que mero accidente. Un día –lo sabemos desde el principio– se vestirá, tomará la pastilla, se sentará frente al bosque y dejará que la filigrana de hojas, perfumes y trinos sea lo último que se despliegue ante ella.En el mismo fin de semana en que me emocioné con La habitación de al lado vi otra película, de distinto tenor, pero también realizada por un grande: Golpe de suerte en París, de Woody Allen.Un instante de Golpe de suerte en París, de Woody Allen.Thierry ValletouxEn este relato también hay algo con la muerte, pero no precisamente la autoprovocada.Al ritmo jazzero de “Cantaloupe Island”, el director nos lleva de la mano por el París otoñal –casi se puede sentir el crujido de las hojas secas y las castañas–, filma como él sabe filmar el discurrir refinado de ciertas clases acaudaladas, nos permite la sonrisa y logra que hasta lo más denso –por caso, un crimen– se vuelva inesperadamente liviano.Pero hay un duelo existencial escondido entre el burbujeo del champagne y la elegancia de los Jardines de Luxemburgo. Uno de los personajes sostiene que somos puro fruto de la voluntad: mano de hierro y decisión para lograr lo que se desea, incluso lo más escurridizo del amor. Otro, en cambio, está convencido de que nos gobierna el azar: no hay ni orden ni propósito ni justicia en el mundo; apenas eventualidades sobre las que no tenemos ningún poder, salvo la decisión de vivir plenamente.En un paso de comedia que bien podría ser tragedia encubierta, el guion le da la razón al segundo personaje. Y en la oscuridad de la sala me digo que, expuestas en toda su crudeza, la muerte y la incertidumbre son intolerables. Salvo que una mano amiga, un buen libro, el arte o el cine estén siempre allí, dispuestos a abrazarnos.Por Diana Fernández IrustaTemasManuscritoConforme a los criterios deTipo de trabajo:opiniónConocé másOtras noticias de ManuscritoManuscrito. Patricios y rastacuerosManuscrito. Componer música y morir en BudapestManuscrito. Manuscrito. El oído absoluto de Delvon Lamarr
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