Transiciones hemisféricas

Enero será teatro del inicio de varias transiciones con consecuencias para todo el siglo XXI. Se trata de cambios impostergables porque son propulsados por fuerzas sociales que se incubaron en el siglo XX al amparo de los avances en las telecomunicaciones, el transporte tanto aéreo como marítimo internacional y el crecimiento económico en regiones distintas al hemisferio occidental. La primera y más visible transición ocurre en Estados Unidos. Porque más allá del abrupto cambio en la visión de las políticas públicas que encarna el presidente Donald Trump, su administración estará marcada por tres hitos. El primero es la salida del protagonismo tanto político como económico de la generación de la posguerra conocida como la baby boomer. Esa generación definida por Bruce Cannon Gibney como una generación de sociópatas, se ha distinguido por ser auto centrada; extractora de rentas públicas y buscadora de recompensas fáciles y automáticas. Estos rasgos contrastan con los que definieron a la generación que le precedió llamada la generación dorada por las contribuciones que hizo a la estabilidad doméstica y a la consolidación de la libertad a nivel global. La generación dorada ofrendó su vida en la Segunda Guerra Mundial y de regreso a casa se distinguió por ser líder en temas fundamentales para la estabilidad doméstica como la lucha por los derechos civiles. En el terreno internacional creó el andamiaje institucional internacional que estabilizó a un mundo destruido por la guerra. El segundo hito viene marcado por el ascenso de las generaciones X y milenio al gobierno y a las cúpulas empresariales, estos estratos generacionales se distinguen por ver el mundo en términos de cruzadas éticas o ciudadanas. Son partidarios de la protección del ambiente y de las buenas prácticas empresariales. Son emprendedores y, por tanto, creadores de riqueza. Están inmersos en el mundo de la tecnología y representan una visión distinta del trayecto laboral. Para ellos, la vida se divide en capítulos y en cada capítulo el trabajo debe ser fuente de crecimiento personal y de la sociedad que les rodea. Son los chicos de Silicon Valley. Con el presidente Trump, muchos de ellos ingresan de la mano de sus hijos Donald y Eric al gobierno. Y con ellos se desplaza el centro de gravitación económica de Estados Unidos, pasando finalmente de la economía industrial a la economía digital. La pregunta que surge es si podrá esta generación reparar los errores de los Baby Boomers, ya que heredan una deuda del 110% de PIB; un crecimiento desmedido del estado y una carga con los programas de transferencias que agobian la eficacia y eficiencia del estado norteamericano. El último hito es el ascenso económico de una nación no occidental, de cuya productividad y consumo depende la salud de Occidente. Se trata de China, país que ostenta una de las clases medias más vibrantes y crecientes del mundo. Se trata de 400 millones de personas cuyos ingresos les permiten cubrir todas las necesidades familiares y disponer del 20% de esos ingresos para gastos discrecionales y que tiene una propensión al ahorro del 35%. Estas cifras revelan la presencia de un mercado inmenso para los servicios occidentales. De hecho está demostrado que la industria del lujo se mantiene robusta y creciente gracias a la demanda China. Para una economía endeudada como la de Estados Unidos, encontrar formas de explotar el mercado chino es fórmula de crecimiento seguro. Esta, por cierto, era una de las convicciones de David Rockefeller. ¿Podrá la dirigencia norteamericana desbrozar ideología y economía para superar los actuales desencuentros con China y lograr enrumbar su economía por un sendero de crecimiento seguro? ¡Este es el dilema del siglo!. La segunda transición tiene como teatro América Latina. Varias naciones del continente muestran signos de implosión estatal. Bolivia pareciera ir directo a una implosión bajo el fragor de la pugna entre dos carteles de droga distintos anidados en México que desean colocar en el ejecutivo a su socio más seguro. Y es así como debe verse la pugna entre Luis Arce y Evo Morales. En Venezuela la sociedad civil la ha puesto un plazo fijo al régimen de rapiña criminal que se ha enseñoreado en la tierra de Bolívar. En Cuba no ha ocurrido la implosión porque del costado opositor no hay un Oswaldo Paya al frente de la protesta popular que pese a ser incesante y no dar tregua al gobierno carece de sentido estratégico. En Argentina Javier Milei parece tener el secreto de hacer funcionar el capitalismo en la patria peronista. En síntesis, se avecina un renacer de la libertad en la región cuyo signo pareciera ser más firme porque cabalga en los hombros de la sociedad civil y no de las elites. La libertad debiera traer consigo la apertura económica y con ella una nueva etapa de crecimiento mucho más firme y duradero que los que hemos conocido hasta ahora.

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