Por Jairo Straccia
El 16 de diciembre, el día que el Gobierno no consiguió aprobar el Presupuesto 2022 en el Congreso, el todavía jefe del bloque de diputados oficialistas, Máximo Kirchner, exponía así:
“Habiendo un ex vicepresidente presente, un ex vicejefe de gobierno, una ex gobernadora, un ex presidente de esta cámara, un ex ministro del Interior, me llama poderosamente la atención el comportamiento que están teniendo cuando endeudaron a este país en US$ 44 mil millones de dólares”.
Lo que sigue es conocido. Empezó un griterío desde la bancada de Juntos por el Cambio que derivaría en el rechazo a toda negociación y una respuesta de Kirchner Jr. que incluyó el “yo los escuché” y las ocho veces seguidas que dijo “aprendan a escuchar”.
Casi tres meses después, en la madrugada del viernes pasado, Germán Martínez estuvo en el mismo rol de Máximo, quien había dejado la representación de los diputados del Frente de Todos por diferencias con el acuerdo con el FMI. Alineado con la Casa Rosada, el hasta ahora poco conocido legislador santafesino cerraba así el debate sobre el respaldo a la refinanciación de la misma deuda con el Fondo:
“(…) la Argentina hace tiempo se viene encaminando a un sistema de coaliciones oficialistas y opositoras; las coaliciones no se generan entre los que pensamos exactamente igual, sino entre los que pensamos parecido; desde esos núcleos mínimos de coincidencia podemos interactuar sabiendo que no siempre tenemos la misma mirada, y eso puede pasar no solo con cualquier compañero o compañera de nuestro bloque, sino con cualquier diputado o diputada que integre la coalición que le toque integrar; ¿quiénes somos nosotros para acusar a alguien o apuntar con el dedo? ¿qué autoridad tengo yo para poder acusar a un diputada o diputado de un bloque al que no pertenezco?”
Hablame de un contraste más grande que este.
La votación del trabajado proyecto de autorización para la “operación de crédito público” que se armó en la presidencia de la Cámara de Diputados sin mencionar las políticas económicas comprometidas para ello sumó más de 200 votos.
¿Qué pasó en el medio? ¿Hubo un baño de coalicionismo a la Borgen, que de golpe en 90 días transformó lo que era grieta pura y dura en un Disney de moderación? ¿De golpe se reconocen lineamientos comunes sobre que, básicamente, no hay que caer en default con un organismo multilateral y hasta -aunque no lo digan- en que hay ideas económicas sobre bajar el déficit, reducir la emisión, subir las tasas y acumular reservas en las que una mayoría está de acuerdo?
¿Hubo un baño de coalicionismo a la Borgen, que de golpe en 90 días transformó lo que era grieta pura y dura en un Disney de moderación?
Por sintetizarlo, en la misma semana en que el presidente del Banco Central, Miguel Pesce, casi que confesó que muchas cosas que están en el acuerdo “habría que hacerlas igual” aún sin el FMI, el ex presidente Mauricio Macri tragó un sapo y tuvo que decir que está “contento” porque su espacio no empujó al país al caos y actuó con responsabilidad.
¿Es esto un “centro muy demandado y celebrado”, como criticó la diputada de izquierda Myriam Bregman, que votó de algún modo satisfecho por haber tendido puentes con otres en un situación tan delicada? Es una pregunta que circulaba el viernes en algunos despachos empresarios que miran de reojo los próximos dos años y otean también los otros cuatro. Quién sabe.
Tal vez es más la imaginación o las ganas que otra cosa. Porque lo que seguro operó para llegar hasta acá, y tal vez es lo único cierto, fue el susto. Ver el dólar a casi $ 240 en los mercados paralelos, como coqueteó aquél jueves 27 de enero previo al anuncio de un “entendimiento” de la Argentina con el FMI, ordenó el tablero político, tanto dentro del oficialismo, donde el ministro de Economía, Martín Guzmán, consigue imponerse siempre a fuerza de exhibir el abismo cercano, como también se vio ahora en el arreglo que se está cocinando en el Congreso con los votos de la oposición.
Cambia todo. La guerra dispara el precio de los alimentos y la energía y habrá que rediscutir el acuerdo con el FMI.
Jugada maestra o licuación
Así las cosas, en el albertismo creen que con el okey del FMI y cierta estabilización como la que se empieza a ver con la baja del dólar paralelo a menos de $ 200, la economía puede darle dos años de crecimiento moderado para soñar con la reelección que se empezó a menear en los últimos días, aún con las visitas de los burócratas de traje cada tres meses y la poca épica que ello permite. Cada dato de inflación y crecimiento va a ser una final del mundo del yo te dije, ya sea del viste que así andábamos mejor, como del viste que nos la ponemos otra vez.
El partido ahí antes que nada es con el cristinismo. Primero Máximo con la renuncia, los videos del twitter de La Cámpora y el voto en contra del acuerdo. Y ahora Cristina con el mensaje tras los piedrazos sobre su despacho que termina recordando palabras de su finado marido de que el Fondo siempre trae violencia y pobreza, otra vez qué inmensa pena. Ambos ya se posicionan a años luz del rumbo de la Casa Rosada.
Cada dato de inflación y crecimiento va a ser una final del mundo del yo te dije, ya sea del viste que así andábamos mejor, como del viste que nos la ponemos otra vez.
¿Jugada maestra de supervivencia a largo plazo porque creen que este camino hace imposible ganar en 2023 y entonces ya se guardan para otras batallas, con ambiciones por décadas tipo Putin? ¿O despedida en fade de la escena política si la cosa camina mal que mal y nadie los recuerda como los objetores de un modelo equivocado sino más bien como los que se borran cuando hay que gobernar sin botones mágicos?
Un mesadinerista en la City hace una la lectura sobre el acuerdo con el Fondo que un poco ayuda a entender las especulaciones de Cristina, y hasta de Macri y los suyos: “Es un programa que le impide al gobierno hacer cualquier cosa y chocarla, pero al mismo tiempo no lo deja remontar la situación y tener chances en 2023”. Esa certeza está instalada en parte en Juntos por el Cambio y también calienta la interna, donde sin embargo hacen gala de “procesar mejor las diferencia” llegado el caso en las PASO y en todo caso ya discuten, ansiosos, si habrá margen para un plan de shock no bien asuman.
De Kiev a la 125
Como sea, todos hacen cálculos, pero justo en un tiempo donde nadie puede hacer un cálculo de nada. La invasión rusa en Ucrania está cambiando todas las previsiones de los países y las empresas, desde una multinacional hasta una panadería. De hecho, el acuerdo que se firmó con el Fondo va camino a ser papel picado. Va a permitir la llegada de reservas para un Banco Central vacío, pero seguramente volverá a ser discutido en sus números centrales en poco tiempo. Ya es vox populi, por ejemplo que con la disparada de los precios de la energía se incumplirán las metas de reducción de subsidios, por más aumento de tarifas que haya.
El cerco sobre Kiev y las sanciones sobre Rusia se sienten acá por todos lados. En Río Negro hubo camiones que iban cargados de peras y manzanas a la tierra de los zares que tuvieron que volverse así como estaban porque les suspendieron el embarque en el puerto. Las fábricas de maquinaria agrícola de Córdoba y Santa Fe buscan mercado para reemplazar el 20% de sus exportaciones que iba a la zona del conflicto. El níquel, un químico que se usa en las aleaciones del acero que se usa para autos o lavarropas, pasó de 17 mil pesos la tonelada a 110 mil.
Reflejo y freno. A 14 años de la pelea por la 125, el Gobierno debe definir cómo interviene ante la disparada del trigo.
Pero todo esto es entretenimiento al lado de la pelea que se viene por el precio de la comida. La bolsa de harina de 25 kilos puede ser la imagen que sintetice una inflación desbocada que se lleve puesto al nuevo centro político, al sueño de la estabilización y el repunte o las estrategias electorales imaginarias. El 20 de febrero, una panadería de José C. Paz pagaba esa bolsa de Molinos Cañuelas en el orden de los $1150. Ahora la está pagando $1900. Matías Torti, dueño de una panadería del mismo espectacular nombre, cuenta que en los últimos quince días sintieron una caída del 15% en la cantidad de clientes.
La bolsa de harina de 25 kilos puede ser la imagen que sintetice una inflación desbocada que se lleve puesto al nuevo centro político y al sueño de la estabilización.
El Gobierno entra en una semana donde se cruzarán otra vez definiciones económicas con evaluaciones políticas. Están en estudio nuevos subsidios cruzados de exportadores para contener los precios, as known as “fideicomisos”. Se analizan también cupos a la exportación para destinar materia prima más barata al mercado interno, así como la compra estatal para venderla a menor cotización. Y, claro, está sobre la mesa un posible aumento en los derechos que pagan las ventas al exterior, de manera tal de bajar con un impuesto el precio internacional que percibe el productor y termina trasladando cuando le vende a los molineros.
Esto genera una lluvia de chanes. En las últimas horas, ya no es sólo el secretario de Comercio Interior, Roberto Feletti, el que pide a gritos más retenciones para el trigo, que paga el mismo 12% hoy con la tonelada a US$450 que cuando estaba a US$300. El ministro de Desarrollo Productivo, Matías Kulfas, avala la idea. Hay un consenso de economistas que consulta el Gobierno que lo considera la herramienta ideal en este contexto, al menos por unos meses.
Hay discusión, sí, con el ministro de Agricultura, Julián Domínguez, dedicado a reconstruir el diálogo con el campo. Pero ése no es el tema. La cuestión de fondo es que el liderazgo de Alberto Fernández está tan cascoteado por los propios que piensa dos veces antes de abrir un frente de batalla tan delicado. La sola mención de la palabra “retenciones” activa el recuerdo del choque con el campo por la resolución 125 que se firmaba justo el 11 de marzo de 2008. El viernes se cumplieron 14 años.
La entrada La apuesta del “yo te dije” entre Kiev y la 125 se publicó primero en Diario con vos.