La malversación del activo más valioso: la confianza

De nada vale que la República Argentina tenga una población en gran número educada, creativa y emprendedora. Que integre el triángulo del litio, que su pampa húmeda sea la más productiva del mundo, que tenga inmensas reservas de agua dulce y que Vaca Muerta sea el segundo yacimiento de gas del planeta. De nada valen esas riquezas, si el país no despierta confianza. La confianza es la piedra basal para convertir los recursos en riquezas. Sin ella, viviremos de discursos y se expandirá la pobreza.La confianza perdida por tantos años de insistencia en políticas populistas y, más recientemente, por los errores del actual desgobierno, no se recuperará con cambios de caras en el gabinete ministerial ni con manoseos cambiarios, con los cuales se busque evitar las impostergables transformaciones que requiere la Argentina, empezando por una auténtica reforma del Estado.Ningún superministro, como Sergio Massa, podrá evitar las consecuencias de continuar imprimiendo billetes para soñar con ganarle al aumento de precios, jugando con la hiperinflación. Y tampoco prevenir los efectos de un ajuste sin plan, que solo provocará estanflación, con desempleo y recesión.El plan económico que debería aplicarse es bien conocido: bajar gastos, dejar de emitir, desarmar las Leliqs, abrir la economía, desregular actividades, flexibilizar el régimen laboral, reformar la coparticipación e, inclusive, fusionar provincias en regiones. Hay mucha tela para cortar.Sin embargo, es indispensable que ese plan sea creíble. Es decir, que resulte consistente y sustentable en el tiempo. Solo así se aumentará la demanda de pesos, caerá la inflación y crecerán las reservas. De lo contrario, el ajuste será un sacrificio inútil para los que menos tienen, como temen los movimientos sociales con más intuición que información.También se requiere un colchón de dólares para atender vencimientos de deuda y pagar subsidios en descenso durante la transición. Sin ese “capital de trabajo”, cualquier programa volará por los aires ante el corte de planes y aumentos de tarifas, en un contexto de “default”. No habrá salida de la crisis sin fondos frescos y no habrá divisas, sin crédito. Mucho menos, sin confianza.¿Puede la actual coalición gobernante crear esa confianza, con un historial tan negativo? Para tener crédito, no sirven las marchas militantes, ni las amenazas al campo, ni el apoyo de Lula, Evo, Maduro u Ortega, sino todo lo contrario. Los políticos también son dueños de sus silencios y esclavos de sus palabras. Las convicciones expresadas por voceros del Frente de Todos, lo dicho y lo hecho, son opuestas a los valores que generan confianza.Quien sostuvo que “la seguridad jurídica es una palabra horrible” (Axel Kicillof), con la soberbia de la soja a 700 dólares, ahora advierte que, sin reservas para llevarse al mundo por delante, el respeto a las instituciones es esencial para acceder al crédito.La buena reputación se construye despacio y se pierde en un instante. Lo sabía Nicolás Avellaneda cuando dijo: “Si es necesario pagaremos con la sangre, el sudor y las lágrimas de los argentinos” (1877). Y la Argentina del Centenario mostró los frutos de esa convicción moral. Por el contrario, quienes aplaudieron el default de 2001 y aún simpatizan con aquella irresponsabilidad, son considerados insolventes dolosos.Quien no tiene crédito, para conseguir monedas debe “bajarse los pantalones” en forma indigna y ofrecer fiadores, consentir gravámenes o aceptar imposiciones innecesarias cuando gobiernan quienes son reconocidos por el valor de su palabra. En la historia hay varios casos de medidas extremas para garantizar promesas de deudores esquivos.El derrotado rey de Francia, Francisco I, entregó a sus hijos de rehenes al emperador Carlos V en 1526, en lugar de a sí mismo, como garantía de cumplimiento del Tratado de Madrid. No parece buen ejemplo para la Argentina, a pesar de que alguien utilizó a sus hijos como testaferros para ocultar fortunas malhabidas. ¿Y la cesión de las Malvinas, como lo propuso Juan Manuel de Rosas en 1843 para pagar el crédito Baring Brothers? Tampoco es una alternativa viable, a pesar de haber cedido territorio en Neuquén para una base china y tierras del Ejército Argentino a la Resistencia Ancestral Mapuche. ¿Y si se cediese durante 15 años la isla de Tierra del Fuego, como establecía el Tratado de Versalles (1919) respecto al valle del Ruhr? Pero los acreedores no querrán hacerse cargo del costo fiscal que implica la industria electrónica, tan cara al frente gobernante como carísima para el resto de la sociedad. ¿Y si la Argentina se convirtiese en territorio administrado por otros, bajo mandato, como preveía la carta de la Sociedad de las Naciones (1919) para colonias de los países derrotados? Algunos “cipayos” verían con buenos ojos tener un presidente argentino, un congreso formado por escandinavos, una justicia administrada por suizos y un cuerpo policial de chinos veteranos de Tiananmen. Pero seguramente ni suizos, ni escandinavos, ni chinos querrían exponerse al fracaso de gobernar a los argentinos.¿Garantes externos? ¿Quizás Cuba, Irán o Rusia podrían avalar nuestros bonos bajo ley internacional? ¿Confiarán los inversores en Díaz-Canel, Ibrahim Raisi o Vladimir Putin, los amigos de Cristina Kirchner? ¿O pensarán en la dificultad de ejecutarlos en tribunales de La Habana, Teherán o Moscú, donde los molestos son encarcelados, amputados o envenenados?Como lo aprendió la vicepresidenta en el caso de Chevron y Vaca Muerta, el riesgo argentino obliga a aguzar el ingenio para que los fondos ingresados no queden atrapados en las redes de las emergencias nacionales. Y a ocultar en cláusulas secretas esos esquemas ingeniosos para no quedar expuestos ante la opinión pública.También ahora, si el milagroso reciclado de figuras propias nos depara un superministro que intentase obtener dólares frescos para estabilizar la economía sin entregar Tierra del Fuego o al país bajo mandato, deberá extremar su creatividad para idear cómo anticipar ingresos del exterior por fuera del alcance de la política local, sean flujos futuros de Vaca Muerta o de otros generadores de divisas.Aunque al final del camino, encontrará en su propia tropa el principal obstáculo para poder hacerlo: los fantasmas de Raúl Scalabrini Ortiz, Arturo Jauretche, Rodolfo Puiggrós y Rodolfo Ortega Peña que detendrán su mano a tiempo, para proteger la soberanía nacional y evitar “la entrega” del patrimonio al extranjero.De ese modo, quienes malversaron la confianza, el activo más valioso que tiene una nación, y dejaron a la República sin crédito, harán pagar a todos el costo de su perversa ideología al servicio de la impunidad y su frívola improvisación.LA NACIONTemasOpiniónNewsletter columnistasActualidad políticaSergio MassaConforme a los criterios deConocé The Trust ProjectOtras noticias de Newsletter columnistasUn Maquiavelo de cabotaje para restaurar la confianzaQuién se traga el sapo con MassaDel sueño de la integración a la realidad del Mercosur

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