“La virtuosa Compañía”: la inmoralidad de los mafiosos

La investigación preliminar dispuesta por la Legislatura de la provincia de Buenos ha descartado, después de dieciséis meses de tramitaciones, que haya habido irregularidades en el escándalo ocasionado por Julio Rigau, “Chocolate”. Se trata del puntero político detenido cuando extraía dinero de decenas tarjetas de débito de una sucursal platense del Banco Provincia. Hubiera bastado un instante para que la negligente y culposa Legislatura planteara su inocencia, pero le llevó más de un año oficializar la patraña.No se esperaba otra cosa coherente con los antecedentes inmediatos de esta Legislatura bonaerense y, menos, de una resolución que lleva la firma de empleados de carrera de “la casa” y no la firma de alguno de los integrantes del cuerpo. Estos evitaron el compromiso directo con el dictum de los funcionarios administrativos que intervinieron en el caso.“Chocolate” usufructuaba las tarjetas de 48 empleados de la Legislatura. “Ñoquis” en su mayoría, según todo lo indicaba. Uno de ellos decidió hablar cuando lo interpelaron; los demás se ajustaron a la regla de oro de un viejo y tenebroso mundo: la omertá, el silencio que se respeta en las organizaciones criminales ufanadas de virtuosas.Los argentinos memoriosos suelen decirse que por fortuna la mafia solo realizó en el país un vuelo rasante, ceñido a las andanzas de las bandas de Chicho Grande y Chicho Chico, sobre todo a comienzos de los 30, en Rosario, y su zona de influencia. No deberían, sin embargo, sentirse tan conformes respecto de lo que comparativamente tocó a grandes urbes norteamericanas, como Nueva York o Chicago.Nunca esperemos que un mafioso declare por sí que es inmoralCuando se releen obras clásicas sobre “La Virtuosa Compañía”, como la del gran escritor y periodista inglés Norman Lewis, se infiere que la cultura de la mafia (“refugio”, en árabe) se ha apoderado en la Argentina de inquietantes resortes del poder y la política, extendiéndose por calles, círculos de la Justicia y la policía, en el entramado futbolístico, el narcotráfico, el juego y la trata de personas, entre muchos otros.Sicilia era, después del desembarco de los aliados en 1943, poco menos que un país al margen de Italia. Rebosaba de costumbres feudales, de bandoleros que asolaban a campesinos. Disponía de una organización de antigua experiencia en proteger a sus miembros y a los adherentes por causa de intimidatoria compulsión.“La Virtuosa Compañía” ha sido una entidad delictuosa, juramentada con el secreto de sus acciones y de vínculos estrechos con personajes gravitantes, incluidos los de aparente naturaleza espiritual. Cuando Italia avanzaba desde la monarquía a la República en 1947, había en Sicilia una poderosa corriente secesionista a la que no eran ajenos los jefes mafiosos.El “aquí no ha pasado nada” es un cachetazo a toda la ciudadanía, principalmente a los bonaerensesEn una carta dirigida a LA NACION, el lector Alfredo Tolchinsky se preguntó si es acaso normal que una persona como “Chocolate” pudiera sacar todos los meses el salario de la cuenta bancaria de 48 empleados. Esos empleados fueron indagados por la comisión investigadora configurada por la Legislatura y ningún sumariante repreguntó nada a pesar de la inverosimilitud de algunas respuestas hilarantes. Hubo quien dijo que su labor consistía en la “presencia en actos políticos”.Las tres franjas del conurbano bonaerense contienen más que bolsones de una desolación aterradora por la pobreza e indigencia de una parte considerable de los pobladores, carentes de servicios elementales para la existencia digna. El hacinamiento en las villas y el tráfico de narcóticos constituyen allí un fenómeno a la vista de quien no cierre los ojos. En medio de un cuadro de esa naturaleza prosperan los caudillos de la audacia inaudita de quien fue identificado el año último dilapidando dinero en el Mediterráneo, acompañado por una modelo, dicho esto con la discreción que se espera de este espacio. Se suponía que ese hombre fuerte de Lomas de Zamora cumplía al menos las tareas nada agobiantes que tenía asignadas al lado del gobernador Axel Kicillof. Este, como es habitual en las cuestiones controvertibles que lo involucran, no se había enterado de nada sobre las aventuras del codicioso colaborador.Urge que sean los propios ciudadanos los que presionen para que casos como el de Chocolate Rigau y sus secuaces no queden impunesLas extensas y paupérrimas tierras del conurbano bonaerense están igual que Sicilia hace ochenta años. Pobreza pavorosa en la población, jefes políticos con riqueza a medida de la inmensidad del poder que ejercen, corrupción que habilita a los mafiosi a acaparar cuanto se propongan, incluido el silencio de quienes, si hablaran, prestarían un beneficio indispensable a la sociedad.Cuando en 1962 el escritor Leonardo Sciascia, colaborador por entonces de LA NACION, publicó Il Giorno della Civetta, uno de los personajes del libro reflexionaba con esta gravedad: “(…) cómo es posible concebir siquiera la existencia de una asociación criminal tan enorme, tan bien organizada, tan secreta y a la vez tan poderosa”.Quienes conocen la evolución contemporánea de Italia saben bien que más allá de la prolongación de las diferencias en el grado de desarrollo de Roma hacia el Norte en relación con el Sur del país, Sciascia no podría repetir hoy aquella misma pregunta. El cambio costó muchísimo, pero se hizo. Costó vidas emblemáticas, como la del juez Giovanni Falcone, en 1992. Se derramó mucha sangre. Hubo que desatar lazos que vinculaban el crimen organizado con altas esferas de Roma, y hacer que Sicilia acelerara la ruptura con el pasado.Lewis recuerda un estudio académico de 1959 sobre las penurias de 600 familias sicilianas. El conjunto ocupaba 700 habitaciones (4,86 personas por habitación), 216 viviendas estaban desprovistas de ventanas, solo 52 casas contaban con agua y 82 con retrete. Datos elocuentes para reflejar lo que era Sicilia antes de que los jefes mafiosos comenzaran a entrar en las cárceles de por vida. ¿Están mejor de lo que ellos estaban tantos de nuestros vecinos del conurbano bonaerense?El silencio, junto con el desinterés, es el mejor caldo de cultivo para que los delincuentes sigan actuando a sus anchas, a la vista de todosLa complicidad de los legisladores justicialistas, radicales y de Pro con la omertá en el caso de “Chocolate” y sus padrinos políticos –el exconcejal Facundo Albini y su padre, Claudio Albini, exsubdirector de Personal de la Legislatura– ha sido posible por la podredumbre generalizada que corroe como un metal a Buenos Aires y al concepto de política como ciencia enaltecedora. Pero ni el hedor nauseabundo que despide esa actividad desde sus múltiples cauces cloacales ha logrado despertar suficientemente la conciencia ciudadana.El cambio moral no puede demorarse más. Los millones de víctimas del desafuero de esta casta impasible ante el delito común, que arrebata minuto a minuto nuevas vidas y despoja a las instituciones de un piso mínimo de decencia, deben aunar voces a fin de precipitar la limpieza de los procedimientos políticos. Urge que se barra hoy, no dejando la tarea profiláctica para mañana, la mugre que desborda de la Legislatura bonaerense.Julio Rigau, “Chocolate”, y los Albini, están procesados y con prisión preventiva en sus domicilios. Irán a juicio oral después del trabajo de la fiscal Betina Lacki y las actuaciones ordenadas por el juez de Garantías, Guillermo Atencio, quien ha dicho que debe irse “más arriba” aún en el esclarecimiento de lo que ha sucedido. La sociedad haría mal en desentenderse de la evolución judicial de un caso en que los hechos objetivos ponen por lo menos en ridículo la supuesta investigación legislativa. “El aquí no ha pasado nada” es un cachetazo a los bonaerenses.Una auditoría moral de los ciudadanos sobre la situación política debería apuntar a figuras como el exministro del Interior Eduardo de Pedro, hombre al servicio eterno de la expresidenta y convicta Cristina Kirchner. Ya se vio en 2023 cómo lo sacaron de una oreja, en cuestión de horas, del sitial de candidato presidencial del oficialismo para poner en su lugar a Sergio Massa, a cuyo Frente Renovador –de tan impropio nombre– pertenecen tanto “Chocolate” como los Albini.Así como De Pedro ha tenido el atrevimiento cívico de proclamar que “el país entró en una democracia condicionada” por el proyecto de ficha limpia, que impide las candidaturas a cargos electivos de condenados en segunda instancia por delitos contra la administración pública, así la Legislatura de Buenos Aires ha dictado la impunidad de aquellos tres sujetos. Y así se explicaría, en palabras del lector Alfredo Tolchinsky, que “en el Gran Buenos Aires vastos sectores de la población carezcan de cloacas, agua potable, calles pavimentadas, seguridad y transporte público, o sea que, en su vida diaria, les falte lo más elemental que debe brindar un gobierno a sus ciudadanos en pleno siglo XXI”.Los bonaerenses viven en el conurbano, remató Tolchinsky, “con un atraso de 200 años”. Viven como se vivía en Sicilia. Ahora deben emplear la energía eficiente para clausurar una larga época. Nadie hará por la sociedad lo que la sociedad no haga por sí misma, comenzando por cuidar la precisión en el uso de las palabras.Nunca esperemos que un mafioso declare por sí que es inmoral.TemasOpiniónNota de OpinionLegislaturaCorrupciónAxel KicillofProvincia de Buenos AiresConforme a los criterios deTipo de trabajo:opiniónConocé másOtras noticias de Nota de OpinionMilei se peleó hasta con el dueño de casaMe niego a ser un triste chofer de mouseA las urnas, por la familia

Fuente