En 1860, Argentina daba sus primeros pasos para consolidarse como una Nación después de décadas de una cruenta guerra civil y apenas conectada al mundo a través de una magra exportación de cueros. Si alguien hubiese predicho que 50 años más tarde este país iba a ser uno de los más ricos del mundo gracias a su industria agro-ganadera, pocos lo hubiesen creído.Postal. Se enviaron miles a todo el mundo celebrando el Centenario argentino. (Colección Héctor Pezzimenti./)En términos de crecimiento, la transformación sufrida durante esos años podría compararse con la historia reciente de Dubái. En medio siglo se habían plantado 12 millones de hectáreas, se exportaban 5 millones de toneladas de granos, mientras que millones de cabezas del mejor ganado del mundo pastaban por los campos pampeanos. Con respecto a la infraestructura, los números no eran menos impresionantes: un moderno puerto, miles de kilómetros de tranvías y 28.000 kilómetros de vías férreas cruzaban el país.El Centenario era, para el imaginario de la élite gobernante, el canto de victoria en la lucha contra un pasado barbárico y atrasado. Los festejos de esta fecha iban a ser el escenario en el que se mostraría la potencia nacional, se probaría la validez del modelo impuesto y se seguiría seduciendo a los capitales internacionales para que continuaran volcando su superávit en la economía de Argentina.Plantas de las cinco exposiciones del Centenario.Pero todos estos triunfos también fueron el epicentro de la gestación de profundos cambios demográficos. El enorme crecimiento económico no sólo había traído ganancias monetarias, también atrajo un enorme influjo de inmigrantes que formaron un crisol cultural e ideológico.Los festejos del Centenario fueron una amalgama histórica de todas estas contradicciones que atravesaban la Argentina de principios del siglo XX.Portada del programa oficial de los festejos del Centenario.Podemos ver, no sin un poco de humor, estas celebraciones como una metáfora del país. Los innegables logros materiales se daban en el marco de enormes problemas organizativos: los presupuestos estaban muy por debajo de lo necesario para la magnitud de las obras encaradas, la industria buscaba independizarse del sector agrícola-ganadero y la sociedad reclamaba cambios. El más imperioso era una mayor distribución de la riqueza y acceso al poder político, hasta entonces vedado tras la muralla de fraude electoral.Las cinco exposiciones llevadas a cabo en 1910 fueron muestra cabal del apogeo del proyecto de la generación del 80, pero, irónicamente, también suenan en la historia como su canto de cisne, o al menos una definitiva vuelta de página hacia la Argentina contemporánea.Exposición Internacional de Ferrocarriles y Transportes TerrestresEsta iba a ser, por lejos, la más ambiciosa del quinteto, y también la que sufrió más modificaciones a medida que la grandilocuencia del proyecto superaba las partidas presupuestarias.Exposición Internacional de Transporte (Colección César Gotta/)El conjunto previsto por el arquitecto Sebastián Locati contemplaba construir enormes pabellones alrededor de una plaza central, una torre gigantesca y dos nuevas estaciones de trenes para recibir a los visitantes que llegaran por las líneas férreas que rodeaban la muestra.En su primera versión, no se contemplaban salones internacionales individuales, pero, en algún punto de los primeros meses de 1910, se introdujo el cambio y se encargó a cada participante el diseño de sus propios edificios.Para la construcción se eligió el predio que actualmente ocupa el Regimiento de Patricios, en la esquina de la avenida Santa Fe e Intendente Bullrich, en Palermo. En aquel entonces, el terreno estaba ocupado por el Cuartel Maldonado (del arquitecto Carlo Morra), al que, hasta hace poco, creíamos demolido durante la preparación de las obras. Sólo recientemente hemos descubierto que el edificio fue adaptado (agregándosele pisos y ampliando las torres) para servir como el pabellón que daba la bienvenida a los visitantes que llegaban desde la avenida Santa Fe.El pabellón de Italia de la Feria de Transportes fue obra de Mario Palanti, el mismo que proyectó el Barolo en la Av. de Mayo. (Colección César Gotta/)Aunque la inauguración estaba programada para coincidir con los actos del 25 de Mayo, los trabajos se vieron retrasados por la falta de presupuesto y la huelga de algunos constructores. Finalmente, abrió sus puertas el 17 de julio. Si bien poco o nada quedaba del proyecto de Locati, la muestra todavía podía jactarse de ser impresionante.Los grandes pabellones internacionales impactaban con sus diseños nacidos de las mentes de arquitectos de la talla del estudio Vinent, Maupas y Jauregui; Virginio Colombo (Pabellón Central), Bruno Möhring (Alemania), Gaetano Moretti, Mario Palanti y Francisco Gianotti (Italia).No sólo sobresalía la belleza edilicia, la expo también ofrecía cantidad de actividades adicionales: se instaló una gran rueda de la fortuna (que más tarde terminó en el Zoológico), un cable carril que permitía recorrer la expo desde las alturas, Jorge Newbery organizaba ascensos regulares en globos que quitaban el aliento y una muchedumbre asistió a ver el vuelo del piloto italiano Bartolomeo Cattaneo, que había venido al país para promocionar la aviación.Portal de acceso a la Exposición Internacional de Ferrocarriles y Transportes Terrestres. (Colección César Gotta./)Otro atractivo fue el circo de Charles Hagenbeck, que se instaló al fondo y brindaba espectáculos de fieras amaestradas, reconstrucciones de aldeas de India y África, con presencia de habitantes originales.La expo resultó ser un éxito de concurrencia, y aunque fue deficitaria, su popularidad causó que se pospusiera su cierre hasta enero de 1911, mucho después de lo que se había planificado en un principio.Gran parte de los pabellones desaparecieron, pero es necesario comprender que la mayoría estaban diseñados para ser temporarios, especialmente los internacionales. Estos eran propiedad de sus respectivos dueños, que estaban obligados por contrato a desalojar los terrenos.El único edificio construido para durar fue el del Pabellón Central, obra de Virginio Colombo, que por estos días languidece detrás del Easy.La expo dejó, sin embargo, un legado práctico que hoy aún se utiliza. El cruce de la calle Cerviño bajo las vías del tren, que la conecta con la avenida Bullrich, fue construido para facilitar la comunicación con la exposición de Agricultura y Ganadería, realizada a pocas cuadras de ahí.Exposición de Agricultura y GanaderíaCon más de 280.000 m2 que ocupaban el actual predio de la Sociedad Rural y la Plaza Francisco Seeber en Palermo, fue la expo con mayor superficie construida. No debería sorprendernos que no se haya reparado en gastos a la hora de organizarla: el país apostaba al modelo agrícola-ganadero.El Pabellón Frers de la Rural (Museo Agrícola) y el de Virginio Colombo, detrás del Regimiento de Patricios en Palermo (parte de la Exposición de Transporte), son los únicos edificios en pie de las muestras del Centenario. (Gentileza Museo de la Ciudad/)Ya desde 1906 se venían realizando ampliaciones y construyendo nuevos edificios con miras a esta importante ocasión. El Pabellón Frers, obra del estudio de arquitectura Vinent, Maupas y Jauregui, fue levantado sobre la avenida Santa Fe y, tras el evento, funcionó allí por un tiempo el Museo Agrícola.Aunque el edificio perdió buena parte de su ornamentación, aún se mantiene en pie y es, junto con el Pabellón Central de la Exposición Ferroviaria, uno de los últimos pabellones del Centenario que sobrevive.También de esta época datan los edificios de las tribunas y la sala de venta, que rodean la pista principal, obras del arquitecto Salvador Mirate. Por su parte, la dupla de los ingenieros arquitectos Pablo Hary y Eduardo Lanús tienen dos obras en su haber dentro del predio: el restaurante, que aún existe, pero modificado hasta el punto de volverlo irreconocible, y el imponente pabellón de la Provincia de Buenos Aires para ovejunos, que estaba en la esquina de Sarmiento y Cerviño, y que se incendió en algún momento posterior a 1940.Esta exposición, en realidad, no fue un solo acto unificado, sino que constaba de dos partes. La primera, dedicada a la ganadería, fue inaugurada puntualmente el 25 de Mayo y no difirió mucho de las actividades que la Sociedad Rural venía organizando todos los años. En esa ceremonia estuvo presente la infanta Isabela de Borbón, el presidente de la Nación Figueroa Alcorta, el presidente de Chile Pedro Montt y gran cantidad de representantes internacionales.Interior de la Exposición de Agricultura. (Harry Grant Olds. Gentileza Ediciones de la Antorcha/)La segunda exposición, dedicada a la agricultura, que tenía como fecha de inauguración el 3 de junio, sólo pudo abrir de forma parcial con muchos pabellones aún en construcción. Recién un mes más tarde se realizó el acto oficial de apertura.En estas dos exposiciones se buscó mostrar el progreso de la tecnificación del campo, que llegaba para cambiar un estilo de vida que se había mantenido más o menos inmutable durante siglos. El dramaturgo Nicolás Granada, en su libro Cartas gauchas, dio testimonio desde la mirada del paisano en la voz del gaucho Martín Oro, que le escribía a su mujer con asombro e incredulidad los adelantos que se desplegaban frente a él:“He estao en la Exposición que ha preparao la Rural, […]. Todo cuanto diga, es poco y referirlo no sé, porque cuanto allí se ve, es para volverse loco […]. Hay de máquinas, sin fines, pa dar agua, pa hacer luz. […] Hay un cuarto, como almario, de yelo, donde una res encerrás, y la comés para el otro centenario. […] Hay unas ruedas, rodando sin que naides las empuje. Dicen que en ellas está, aprisionada en su afán, esa juerza del imán que llaman letricidá. […] Con las vacas, no hay porfía, ni cinchón para maniarlas, hay máquinas pa ordeñarlas, sin apoyarlas la cría. Dirás ques un disparate, y es lo cierto, te repito un balde te dan llenito, mientras vos chupas un mate”.La Exposición IndustrialEstuvo signada por el éxito, y resulta irónico pensar que casi queda trunca. Sólo gracias al esfuerzo de la Unión Industrial logró superarse la sucesión de escollos que se fueron presentando. La idea original de la comisión organizadora del Centenario era que Agricultura, Ganadería e Industria ocuparan el mismo predio de la Sociedad Rural en Palermo. Los industriales se opusieron, y en 1907, propusieron realizar una muestra individual y propia, en los terrenos del puerto, lo que la comisión rechazó por completo. Aunque la Unión Industrial no logró imponerse, al menos obtuvo una victoria cuando el Congreso Nacional promulgó, en marzo de 1909, la Ley 6286, que contemplaba una exposición industrial independiente.Exposición Industrial. (Colección César Gotta/)Si bien la comisión organizadora demostró un gran compromiso, poco o nada pudieron hacer frente a los retrasos constantes que sufrieron con la entrega del terreno. No fue sino hasta abril de 1909, año que los organizadores les asignaron la actual Plaza Holanda. Este espacio resultaba pequeño y poco adecuado, pero las quejas de los industriales, que todavía querían ocupar el puerto, sólo consiguieron que les permitieran extenderse hacia el Rosedal. Recién en octubre de ese año pudieron comenzar las obras.El presupuesto fue otro problema acuciante. Sólo recibieron del gobierno unos $800.000 moneda nacional, una fracción de lo que recibieron las exposiciones ferroviaria y agrícola-ganadera.Todos estos atrasos causaron que, con el estallido de las huelgas en marzo de 1910, la inauguración tuviera que posponerse bastante. Abrió al público recién el 25 de septiembre, con una parte de los pabellones terminados. Irónicamente, esto demostró ser beneficioso, porque cada vez que se inauguraba un nuevo pabellón, el público llegaba a raudales, ampliando el número de visitantes.Una de las principales características de esta exposición fue que, a diferencia de las demás, su carácter era netamente nacional. Los expositores fueron industrias nacionales y algunos gobiernos provinciales que pagaron sus pabellones: Córdoba, Mendoza, San Juan, Entre Ríos, Corrientes y Tucumán, Salta y Jujuy, que compartieron edificio.A pesar de todos los atrasos y problemas, la exposición fue un gran éxito para la Unión Industrial. Sólo el primer día se registró una concurrencia de 80.000 visitantes y, para cuando cerró sus puertas, más de 300.000 personas habían abonado su entrada y otras tantas habían ingresado como invitadas. Contra todo pronóstico, fue la única en generar ganancias.Exposición Internacional de HigieneEsta es una de las exposiciones menos conocidas que formó parte de los festejos del Centenario. Se había planeado que su inauguración coincidiera con el Congreso Internacional Americano de Medicina e Higiene, que se realizaría el 25 de Mayo en Buenos Aires. Pero, como sucedió con casi todo el resto, en esta oportunidad también se registraron atrasos, y la apertura no ocurrió hasta el 3 de julio.Exposición Internacional de Higiene. Estaba alejada del resto y tuvo que competir con la de Productos Españoles (Colección César Gotta./)Aunque la participación fue internacional, la muestra carecía de pabellones individuales para las naciones y se organizó a los expositores por categorías.Hoy puede atribuirse el malogrado fruto de la Exposición de Higiene a un par de motivos. El primero es su locación. Emplazada en lo que hoy son las plazas Uruguay y Chile, distaba mucho de las otras y era necesario caminar dos kilómetros para llegar a la Industrial, la más cercana de todas. El segundo motivo fue la competencia ejercida por la vecina Exposición Española, que se robó todas las miradas.Desde principios del siglo XX, ante un creciente influjo de inmigrantes españoles y un desarrollo de los lazos comerciales, el gobierno nacional buscaba mejorar las relaciones con la Madre Patria. Ya en 1900 se había modificado el himno nacional para omitir los pasajes más antiespañoles, y con el Centenario se presentaba la oportunidad ideal para terminar de enmendar las relaciones.Exposición de Higiene. Aunque la muestra fue internacional, carecía de pabellones individuales para las naciones y se organizó por categorías. (Colección César Gotta./)España recibió una invitación que la ponía en un lugar de honor, y por ello, los organizadores ibéricos propusieron la creación de una exposición propia dentro del marco de los festejos generales.La idea fue abrazada rápidamente por el gobierno argentino, que habilitó 45.000 m2. Con frente sobre la Avenida del Libertador, entre Ramón Castilla y Ortiz de Ocampo, estaba justo al lado de la Exposición de Higiene.La Exposición Española fue diseñada por el arquitecto argentino Julián García Núñez, uno de los principales exponentes nacionales del modernismo catalán. Así, en su figura, se daba una síntesis metafórica de la unión de España y Argentina: uno de los hijos de América introducía un estilo moderno y propio de una España pujante y progresista.Pabellón de España. (Archivo Adolfo Brodaric/)La muestra tenía su ingreso por la actual Avenida del Libertador y daba acceso a un amplio patio central, flanqueado por dos pabellones que se conectaban, por medio de corredores, con una gran torre que coronaba el conjunto.Exposición Internacional de Arte del CentenarioAunque fue la exposición más chica de todas (sus 6.000 m2 empalidecían frente a las superficies de las demás), no por eso dejó de ser atractiva para varias naciones que concurrieron a mostrar su arte. Italia, Austria-Hungría, Suecia, Uruguay, Gran Bretaña, Estados Unidos, España, Chile, Países Bajos, Francia y Bélgica ocuparon sus salones, junto a los artistas argentinos.Afiche de la Exposición Internacional de Arte.A diferencia de lo que muchos creen, no fue realizada dentro del Pabellón Argentino que estuvo en París en 1889 –y que por entonces estaba en lo que hoy es la Plaza San Martín–, sino que ocupó una estructura construida específicamente por el arquitecto Emilio Lavigne para la muestra en los jardines traseros del famoso edificio. Este espacio contaba con iluminación eléctrica en todas las salas, y además, por planearse su inauguración en pleno invierno, se la dotó de un sistema de calefacción a vapor para mantener una temperatura agradable.La entrada se encontraba sobre la desaparecida calle Arenales, en la esquina con la calle San Martín, justo enfrente de donde hoy está el edificio Kavanagh.El Pabellón de la Exposición Internacional de Arte del Centenario llevaba la firma del arquitecto Emilio Lavigne. Estaba en la Plaza San Martín.En total se dispusieron 43 salones para los expositores, y se exhibieron 2.375 obras (entre pinturas, aguafuertes, esculturas y artículos de arte aplicado). La decoración de cada uno de los espacios corrió por cuenta de los invitados y fue así como la muestra llegó a tener un profundo aire ecléctico.Se registró un alto nivel de ventas. La recaudación fue de $655.946, lo que situó la exposición de Buenos Aires a la par de otras similares en el resto del mundo. La cantidad era una enormidad si consideramos que el gobierno nacional le dio apenas un poco más de esa suma a la Unión Industrial para que organizara su exposición.Cuando la muestra cerró, el 13 de noviembre de 1910, se calculaba que 85.000 personas pagaron entrada, y se estimaba que en total, entre invitados y gente con pase gratuito, habían reunido unos 200.000 visitantes.